Oscar Wilde dijo de sí mismo a André Gide: «He puesto todo mi genio en mi vida, y en mis obras sólo he puesto mi talento». Él, que tenía tanto talento, lo definió con ese genio que dilapidó en sus frases: «Descubrir con precisión lo que no ha sucedido ni va a suceder es el privilegio inapreciable de todo hombre culto y de talento». Ese humor lleno de ironía es, simplemente, luminoso. Sin embargo, no es necesario irnos a las cimas de la literatura o del arte para apreciar el talento. Como profesor e investigador, por ejemplo, sólo puedes aprender tu disciplina desde el respeto y el reconocimiento del talento de los demás, colegas y alumnos, que definen los espacios de la comunidad científica en la que te mueves.

Puedes admirar el talento de los demás. Sin embargo, aunque así fuera, no es suficiente esa sensibilidad, es necesario su reconocimiento y la posibilidad de expresión y que la sociedad se beneficie de él. En una palabra, una ciudadanía que lo valore positivamente y unas políticas que canalicen ese potencial y permitan que reviertan sus resultados a la sociedad. Lo habitual en nuestra sociedad era que el talento se expresara a través de una serie de individualidades muy destacadas. Sin embargo, los intentos por canalizar el talento colectivo de la nuestra sociedad en políticas que exigían una modernización de instituciones junto con una visión y una forma de trabajar distinta y, desde luego, más dinero, han encontrado casi siempre obstáculos. Ese ha sido el caso durante nuestra historia democrática con la ciencia y, con la institución, que mayoritariamente ha desarrollado la investigación en nuestro país, la universidad.

Para ver lo que ocurre hoy con la ciencia en España nada mejor que leer el último suplemento dominical de este mismo periódico, donde tres científicos españoles, de reconocimiento internacional y que trabajan en Estados Unidos pero que asesoran la gestión de centros de investigación científica en España también, realizan un diagnóstico muy pesimista de lo que está pasando. Así, por ejemplo, Josep Baselga afirma: «Veo la situación con muchísima preocupación por el recorte del Gobierno de los fondos de investigación, no hay estructura que aguante un recorte así, es una pena tremenda, espero que cambie esta política». En términos similares se expresaba Joan Massagué afirmando que «la presión que existe sobre la ciencia es desde hace dos o tres años es tóxica. La poda va más allá de lo que el árbol puede aguantar». Finalmente, desde la perplejidad se expresaba Valentín Fuster: «Yo soy muy pro España, pero debo reconocer que no puedo entender cómo se ha relegado la ciencia de esta manera». Además, añade otra reflexión interesante: «España es un gran país en el que he visto la gente de más talento, pero, no sé por qué, se esfuma». El peligro reside no en que salgan a formarse nuestros médicos y científicos, algo natural en su proceso de formación, el problema es que no vuelvan. A ello se une, el proceso de migración que ha comenzado con la crisis a otros profesionales que tienen también una formación universitaria de carácter técnico, altamente cualificada, los ingenieros españoles que están empezando a aceptar trabajos en los países europeos.

En ese contexto, se ve con admiración a aquéllos que teniendo una trayectoria científica excepcional, como Óscar Fernández-Capetillo, un bioquímico que trabaja en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas y cuyo último reconocimiento internacional ha sido haber sido nombrado recientemente entre los 40 científicos más importantes de menos de cuarenta años por la revista Cell, todavía pueden hacerlo aquí. En su caso, gracias a una beca de la UE que le garantiza a él y al equipo que dirige poder seguir investigando durante cinco años. Él, evidentemente, es sólo un ejemplo. Hay otros como él. La cuestión de fondo es el modelo: investigar en España se hace más difícil.

Naturalmente, el problema es de ciencia y de política científica pero recordemos que buena parte de la investigación científica en España, un 60%, se hace en la universidad. Por ello, esta semana su máximo órgano de representación también ha protestado por esta situación de asfixia financiera ante la política de recortes. Así la Conferencia de Rectores de España (CRUE) ha solicitado al gobierno que ponga fin a los recortes, que desde 2009 han supuesto una disminución de los recursos de las universidades de 1.200 millones de euros. Lo que está sucediendo es un importante proceso de descapitalización que se hace patente en una pérdida de profesores, estudiantes y de líneas de investigación. La subida de las tasas universitarias en los estudios de grado y posgrado no han compensado la pérdida de las ayudas públicas. No sólo se han perdido profesores en todas las universidades -la tasa de reposición es de una plaza por cada 10 plazas vacantes por jubilación-, sino que se produce un proceso de precarización: la docencia se cubre con profesores asociados. Finalmente, se pierden líneas de investigación y oportunidades científicas que afectarán a nuestra capacidad competitiva futura.

Al final, como en Una historia del Bronx de Robert de Niro, Lorenzo le dice a su hijo Calogero: «No hay nada peor en la vida que el talento desperdiciado». En nuestra historia, desgraciadamente, el talento desperdiciado es el protagonista. Esperemos que las voces de la ciencia y la universidad sean oídas y se cambie el rumbo de las políticas en materias de tanta trascendencia para nuestro futuro.

*Ángel Valencia es catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Málaga