El Consejo Europeo ha acordado proponer al Parlamento Europeo a Jean-Claude Juncker como candidato a Presidente de la Comisión Europea». Este literal encabeza el documento de conclusiones de la cumbre europea celebrada el jueves y viernes pasados. Lo que no cuenta es que dos de los 28 estados miembros votaron en contra y que ello contrasta con los consensos absolutos de anteriores ocasiones. Y sin embargo, el nombramiento de Juncker, tras varias semanas de dudas y negociaciones, es una gran noticia para el proyecto europeo, porque cualquier otra hubiera sido pésima. Quienes apuestan por más Europa como solución a las dificultades del proyecto no podían hacer otra cosa. Y dicho al revés, es comprensible que la oposición llegara de quienes desean menos Europa, menos integración económica y política, menos cesión de soberanía de los estados a la Unión. Es el caso declarado de los británicos, siempre con un pié a cada lado del Atlántico. David Cameron se ha sentido vejado por la derrota, pero la suya era una posición muy complicada de defender, porque hacerle caso, es decir, optar por otro candidato dentro del mismo espectro conservador, hubiera supuesto una ofensa inaceptable a los ciudadanos que la semana del 25 de mayo acudieron a las urnas para elegir a los miembros del Parlamento Europeo. Ante esas elecciones, los grandes grupos políticos europeos designaron cada uno su candidato a presidente de la Comisión, ya que, por primera vez, éste va a ser nombrado por el Parlamento a propuesta del Consejo. Los grupos no solo designaron candidato sino que lo pasearon por los estados miembros de la mano de los correspondientes partidos nacionales. Los populares llevaron a Juncker a sus mítines, los socialistas hicieron lo propio con Martin Schulz, y así todos los demás. Tales candidatos participaron en un gran debate electoral televisado en directo a mayoría de estados de la Unión. El mensaje estaba claro: si ganaban los populares gobernaría Juncker; si eran los socialistas, Schulz; si se producía algo parecido a un empate, habría que negociar. Ganaron los populares con una mayoría débil, pero al no haber una probabilidad seria de que se formase una mayoría alternativa, era claro que Juncker debía presidir la Comisión. Esto, o admitir ante los electores de los 28 estados miembros que les habían tomado el pelo. En el mecanismo institucional derivado del tratado de Lisboa, corresponde al Consejo, que reúne a los jefes de gobierno, proponer un candidato al Parlamento, de la misma forma que algunos jefes de estado tienen la misión de proponer un candidato a primer ministro tras unas elecciones y a la vista de los resultados. Y como los resultados eran los que eran, se ha impuesto la lógica de buscar y lograr un acuerdo muy amplio de las principales fuerzas europeístas para hacer presidente al candidato del grupo con más diputados, para que gobierne con un programa y unos comisarios que recojan la amplitud del pacto, todo ello presentado de manera que cada acordante -incluidos Hollande y Renzi- puedan decir que han conseguido meter baza. Esto es lo normal. Lo inconcebible hubiera sido que el Consejo hubiera impuesto otra cosa. Si tal hubiera acontecido, mejor se cierra el Parlamento y preparamos lápida y epitafio para el sueño roto.