Un nuevo plan urbanístico para el centro de Málaga ha venido y la polémica ya ha surgido, así en ripio. La oposición municipal socialista considera que sólo sirve para que se consoliden una serie de fines especulativos, aunque no aclare cuáles, característica de un lenguaje político a la caza antes del titular que del mensaje. IU, más preocupado por el movimiento asambleario que por el contenido de un documento complejo y aburrido, aduce que el texto se ha realizado de espaldas a los vecinos. El actual Consistorio realiza unas propuestas que, sobre el papel, suenan rimbombantes. En la introducción, no lo he leído completo, no tengo que mentir cual político, se enuncian una serie de principios que se pueden resumir en que los habitantes del centro vamos a vivir como ángeles, eso sí, sin espacio protegido. Entonces se me enciende una luz y por eso entiendo todo el abandono al que está sometida esta zona. Sin una hoja de ruta, término tan de moda, o sin un esquema previo, las autoridades municipales no sabían qué hacer. Sucede a nuestro alcalde como a aquella chica inglesa, Krystina Butel, a quien hicieron una caricatura exuberante en Ibiza, y tanto se enamoró de aquellas formas que ha invertido su vida y kilos de silicona en parecerse a ella. Una persona tan desorientada en sus sendas vitales y estéticas como lo suele estar el Ayuntamiento de Málaga y su oposición que sabe más de criticar sandeces que de los miles de problemas con que los vecinos se encuentran cada día. Quizás porque los responsables de la oposición, junto con los ediles, se caracterizan porque no pasean las calles de una ciudad que conocen sólo sobre plano, o cuando se la decoran para un mitin en una plaza de artificio donde un escenario con macetas y dos sábanas propagandísticas camufla el abandono. Hace mucho tiempo que la ciudad no pertenece a los ciudadanos. Málaga es la primera en el peligro de la libertad y la última en cualquier índice de civilización del que sea responsable el Consistorio. Mucho más en el centro.

La política municipal promocionó las áreas exteriores, como Teatinos o aledaños al Martín Carpena. El centro quedó sumido en una desidia de la que aceras de Lagunillas o Carreterías exhiben sus ruinas, prueba de una falta de población que, cuando existe, alcanza una media de edad muy alta, o pertenece a núcleos de nivel socio-cultural bajo, lo que impide movimientos ciudadanos eficaces e independientes. Los habitantes de muchas de esas 18 zonas en que se ha dividido el centro padecen maltrato consistorial. En la plaza Benigno Santiago, da asco tirar la basura. Los contenedores son cajones sucios y malolientes rodeados por desperdicios en el suelo. En Paco Miranda, los perros defecan a su gusto y las hordas juveniles que regresan de los bares cercanos a la Merced y Álamos a altas horas de la noche hacia sus pisos de estudiantes no guardan el más mínimo respeto por el sueño de aquellos barrios baratos por degradados. La Policía Local pasa en coche y rapidito para no molestar a quienes molestan. En la calle Cristo de la Epidemia, donde está prohibido parar, los conductores aparcan sus vehículos en la puerta de los bares donde desayunan. El atasco comienza de madrugada. La afluencia en coche hacia el campus de El Ejido ocasiona que los habitantes de las zonas próximas no puedan estacionar cerca de su casa a determinadas horas. Además, algunas calles se han convertido en cementerios de coches. Como el Consistorio siente mayor preocupación por la venta de las plazas de los garajes que construyó, que por el bienestar de la ciudadanía, tampoco actúa contra esos abandonos en vía pública y así consigue una mayor presión sobre posibles compradores. Los vecinos del centro sufrimos un Ayuntamiento que ahora busca convertir este distrito en un decorado para turistas y servirlo en bandeja a los hosteleros. El plan del centro indica que se potenciarán las actividades tradicionales. No creo que resuciten los gremios en Ollerías, ni que se vuelvan a abrir aquellas antiguas casas de prostitución del Muro San Julián. Entonces ¿qué? Cofradías y bares para las fiestas de guardar, y miseria para el resto del año.

*José Luis González Vera es profesor y escritor