En Finlandia el amor no es un sentimiento a mano. Nadie sentirá entre los dedos cómo la mente dibuja el cuerpo de la palabra. El trazo que la mantiene erguida o inclinada en la pronunciación visual de los labios. El Instituto Nacional de Educación ha decidido que la caligrafía ya no formará parte del currículum escolar a partir del curso 2016-2017. En los cinco grados de temperatura del papel en blanco los niños no volverán a patinar sobre hielo el lenguaje. Los modernos expertos en pedagogía afirman que la caligrafía está obsoleta. Defienden la rapidez, la mejor imagen -perfectamente alineada en formación de la pantalla electrónica-, la mayor comprensión de la escritura ejercitada en el uso eficiente del teclado. La escritura mecanografiada y la letra palo frente a la cursiva ligada con la que japoneses y árabes dibujaban las caricias de las palabras. La burocracia calvinista contra la poesía copperplate o carolingia.

La decisión de este país, con una educación notable alto en los anuales informes Pisa, provocará un efecto onda. Desde el siglo pasado ocupamos el tiempo de la copia. Incluso elevada al cubo, ahora que pueden adquirirse impresoras en 3D. La globalización es lo que tiene. Pronto las mentes preclaras de nuestra política deseducativa estudiarán la imposición de la medida. De momento la escritura está en batalla. La tradición contra el cambio. La identidad digital o la identidad analógica. Igual que si cada término fuese un bando equidistante y excluyente. Desde la antropológica disputa del paraíso primitivo entre neardentales y sapiens, cada vez con más cruces y sombras, las sociedades parecen condenadas a tomar partido sin aceptar convivencias enriquecedoras. Está ocurriendo con el juicio a la caligrafía.

Por un lado los que argumentan que la psicomotrocidad puede entrenarse de mil maneras, que los nuevos soportes homologan igualdades, facilitan refinar el texto, editar la información y erradican traumas psicológicos causados por la tendencia a corregir la caligrafía zurda y la mala letra. De otra parte, estudios de neuroimagen evidencian que el cerebro se activa más cuando se escribe que cuando se teclea. En el primer caso se crea una representación interna de las letras que involucra la integración de las áreas visuales y motoras del cerebro provocando que se piense más lo que se está diciendo a través de lo que se escribe. El director de la Unidad de Evaluación Neuropsicológica del Instituto de Orientación Psicológica de Madrid, afirma que la escritura manual personal de cada uno ayuda a articular el pensamiento y la forma de expresar su carácter y su estado de ánimo. Es la parte emocional del cerebro. Igualmente hace hincapié en que los caracteres que los niños se esfuerzan en poner por escrito les ayuda después a reconocer mejor los signos que leen. Una cuestión fundamental para el aumento de la comprensión lectora. Por el contrario, cuando los niños se limitan a teclear están representando en su cerebro un mapa del teclado.

No faltan voces a favor de la evolución tecnológica que ha propiciado que la información esté en un bolsillo, guardada en el iPhone, sin que importe si recordamos o no un número de teléfono. También esgrimen que la fragmentación y la abreviatura del lenguaje han modificado la estructura lineal del hipertexto en una estructura arbórea. Y añaden, en detrimento de la caligrafía, la importancia de la enseñanza de textos electrónicos que integren una serie de símbolos y múltiples formatos multimedia, que incluyen iconos, símbolos animados, fotografías, caricaturas, publicidad, audio, videoclips, ambientes de realidad virtual, y nuevas formas de presentar la información con combinaciones no tradicionales en cuanto al tamaño y el color del tipo de letra.

En 1622 Camilo de Baldo, profesor de Filosofía de la Universidad de Bolonia, editó Tratado de cómo a través de una carta se conoce la naturaleza y cualidades del escritor, la primera obra sobre la grafología. ¿Si se elimina la educación en la buena letra, se declarará también inservible esta disciplina?, ¿no volverá a utilizarse en los juicios como peritaje forense, ni en las empresas como evaluación de la actitud? El tamaño de la letra, la inclinación, el espacio, el óvalo y el pie de la g y las cruces de la t no descubrirán si somos tímidos o extrovertidos, prácticos o aventureros, si le conferimos más importancia a la libertad que a lo colectivo, si somos creativos o proclives a la agresividad, cómo es nuestra sexualidad, y si el punto sobre las íes es señal de inseguridad, idealismo o ambición. La lectura del trazo del yo dejará de ser un arma de seducción.

Hace tiempo que mucha gente ha dejado de escribir a mano y se le nota demasiado. No piensan por sí solos. Dependen de Qwerty. Lo fían todo a una escritura fría, automática, pulcra en hechura, en su armonía y en su hermetismo gráfico. Incluso en la dirección de una carta postal. Sólo a veces la firma es manual. Un garabato ilegible. Sin halo, sin una elegante imperfección, la identidad cualquiera la puede suplantar. No estoy en contra de las innovaciones pero seguiré escribiendo a mano. Me gusta sentir el peso de las letras, vestirlas, desnudarlas, colocarlas en equilibrio, volcarlas al viento, abrirlas en su dibujo para que me dejen asomarme en su interior. Escribo a mano para hablar conmigo mismo. Y porque me gusta sentir cómo mis dedos desenvuelven las palabras y las bailan por su nombre y su cintura.

Es una pena que los niños finlandeses no aprendan el arte de la caligrafía. Que mundos se quedarán los lápices.

*Guillermo Busutil es escritor y periodista

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