El PSOE andaluz sabe leer entre líneas y moverse con eficacia por los estrechos pasillos del poder que permanecen ocultos a la opinión pública. Susana Díaz ha lanzado un órdago mayúsculo, audaz si se quiere, pero que no le quepa la menor duda de que en su anunciado salto al vacío desde Torretriana va provista de arnés se seguridad naranjas y de cientos de mallas que amortiguen una posible caída fruto de una mala lectura de sus analistas sobre la estrategia nacional de Albert Rivera. La presidenta en funciones de la Junta de Andalucía desde hace 105 días vino a decirles el viernes al Partido Popular, Podemos, Ciudadanos e Izquierda Unida que o sale de San Telmo el martes con los apoyos suficientes para ser investida como presidenta o guardará reposo a la espera de que llegue el 5 de julio para convocar otras elecciones en Andalucía, que se celebrarían en septiembre.

Hay pocas probabilidades que se repita un nuevo escenario electoral, muy dañiño a priori para Partido Popular y Podemos, y que ninguna formación contempla por la incertidumbre de sus resultados. Pero Díaz asusta a los demás con esta probabilidad, y lunes y martes ha citado a Juanma Moreno (PP), Teresa Rodríguez (Podemos), Juan Marín (Ciudadanos) y Antonio Maíllo (IU) en sede presidencial para cerrar esos apoyos necesarios que eviten un cuarto fracaso. El novio elegido y casi entregado para la celebración presidencial es Ciudadanos, que además ha rebajado sus pretensiones sobre las cabezas de Manuel Chaves y José Antonio Griñán y se conforman con que Díaz firme un papelito en el que se comprometa a la retirada de los escaños de los dos expresidentes si finalmente son imputados por el Tribunal Supremo.

A Ciudadanos les hace falta dar ese apoyo a Díaz y en el PSOE andaluz lo saben, pues de otra forma no se explicaría que lanzara ese órdago antes de que se resuelvan los pactos en los ayuntamientos, ya que de resultar fallido conduciría a los andaluces a las urnas otra vez y veríamos quién pagaría el pato de este fracaso conjunto.

Todo pasa por los indicios de que Albert Rivera será el cabeza de cartel de Ciudadanos en las generales y que esquivará el cáliz de las catalanas, cuyo escenario es demasiado complejo y un objetivo menor ya para sus nuevas aspiraciones. A finales de 2014 decidió expandir su partido por España y no tendría sentido, más con los últimos resultados de las municipales y autonómicas, que compita por la presidencia de la Generalitat cuando su partido está al alza y será decisivo en el fragmentado Congreso de los Diputados que nos espera. Pero para presentarse con más garantías en las generales necesita quitarse la etiqueta que hábilmente le han colocado de que son la marca blanca del Partido Popular. No hay mejor forma de hacerlo que apoyando al PSOE en Andalucía, para permitir la investidura de Susana Díaz, y al PP en Madrid, para que gobierne Cristina Cifuentes. Con esta operación puede vender que su partido se instala en el ingente granero de votos que aporta el centro en España. Esta búsqueda de la centralidad de Albert Rivera hará que Ciudadanos permita que el PP mantenga las alcaldías de Málaga, Almería, Granada y Jaén o la Diputación de Málaga, donde el PP también fue la lista más votada, y refuerza así otro de los argumentos clave de Ciudadanos: «Somos un partido que garantiza la estabilidad institucional frente al desgobierno del partido de Pablo Iglesias».

Lograda la centralidad política; la visualización de que son necesarios para dar estabilidad institucional; que permiten el gobierno de las listas más votadas salvo en casos de candidatos dudosos; en estos días han visto también reforzada otra de sus ideas fuerza: la de la regeneración democrática y la lucha contra la corrupción. La dimisión de dos consejeros del gobierno del PP de Madrid por la Operación Púnica y la previsible salida de Chaves y Griñán si son imputados apuntalan la idea de que Ciudadanos es capaz de condicionar a los grandes partidos y obligarles a dimisiones por casos de corrupción política. Se apuntan el tanto.

Por ello, la estrategia nacional de Albert Rivera facilitará al cuarto intento la investidura de Susana Díaz, pues es poco improbable que el Partido Popular le deje vía libre cuando el PSOE se hace trampas en el solitario exigiendo que dejen gobernar a la lista más votada en Andalucía pero no acepta el pacto propuesto por Juanma Moreno de que los socialistas hagan lo mismo en las alcaldías. No lo hacen y es intención además del PSOE de meter en el pack a Ciudadanos en el Ayuntamiento de Sevilla para desalojar a Juan Ignacio Zoido y dejar de lado las negociaciones con Podemos, fuerza a la que Díaz parece sufrir cierta alergia.

Susana Díaz, a diferencia de Pedro Sánchez, está convencida de que el futuro del PSOE pasa también por viajar más al centro del espectro político y rehuye de los pactos con Podemos para alcanzar mayorías electorales, pese a que le facilitarían a ella su investidura. No cree en ese camino. El ejemplo es Cádiz, donde el PSOE puede permitir que gobierne José Manuel González «Kichi», pareja sentimental de la secretaria general de Podemos, Teresa Rodríguez.

Con estas cartas o lecturas de la estrategias de los partidos acudirá Díaz a las negociaciones y Ciudadanos tratará visualizar que son una fuerza más determinante que Podemos, dando la presidencia de la Junta de Andalucía al PSOE, un buen puñado de alcaldías y diputaciones al PP para respiro de Francisco de la Torre y Elías Bendodo y la presidencia de Madrid a Cifuentes.

Díaz quiere exprimir el talón de aquiles de Rivera, que enseñó sus cartas antes de tiempo, y su inexperiencia por estas tierras le hizo no darse cuenta de que el PSOE andaluz lleva tres décadas jugando al poker con la misma baraja y con distintos contrincantes.

Queda por saber qué alcaldía andaluza entregará Albert Rivera al PSOE para que su viaje al centro del mapa político sea casi tan redondo como una naranja. El gajo de la naranja que degustará el PSOE en Málaga parece que será la alcaldía de Rincón de la Victoria, municipio donde el PP obtuvo una de las mayoría menos amplia de las que están en juego.