Qué calor!». Es la frase más orquestada tanto en nuestro contexto intrínseco como en el manifiesto en este primer día juliano, donde a la Unión Europea se le corta el libado, denostado y atragantado yogur griego; al tiempo, La Gran Muralla china se desploma no por los aires agriados del sabor de la cuajada helénica, sino por aprovechar sus ladrillos para la construcción de casas en este entorno de tan paradójica disociación.

No obstante, en un orbe recalentado en demasía por la acción cruenta y sin argumentos lógicos -contrasentido vital- , casi 1,5 millones de personas han visitado Málaga en temporada baja, dejando un impacto económico de 562,4 millones de euros, a pesar del gran número de rótulos de nuestras calles que tan solo informan de su deterioro o vandalismo, lo cual imposibilita ubicarnos y dirigirnos al descubrimiento y reencuentro de nuestra memoria añorada dirigida hacia el futuro. Un porvenir diseñado tras un plan especial y bautizado, con referencias al más puro género literario fantástico irlandés, con el nombre de El Duende verde: el primer barrio de esta legendaria urbe proyectado y construido íntegramente sobre criterios de sostenibilidad. Vivir en sostenibilidad, anhelo troquelado con el más profundo sentir primigenio, cuando la naturaleza nos transfirió un cuaderno de bitácora escrito per se y no leído por generaciones de grumetes, navegando durante lustros por el Mar de las Tormentas, ciñéndose a cada cabo para convertirlos en hornos. ¡Qué calor! físico y emocional.

En La Vida breve, Juan Carlos Onetti nos anuncia, entre figuras secundarias y más cercanas: «Lo malo no está en que la vida prometa cosas que nunca nos dará; lo malo es que siempre las da y deja de darlas». En estos días sofocantes reflexionemos: volvamos a la sonrisa tertuliana otorgada por la calorina. Refresquen sus emociones.