La deuda pública griega está sobre todo en manos de los gobiernos europeos, por lo que es negociable políticamente. Tras diversas reestructuraciones, su plazo medio de vencimiento es de más de 16 años, lo que rebaja el dramatismo del tan citado volumen del 175% sobre el PIB. Y la carga anual de los intereses supone tan solo un 2,6% del citado PIB. No son condiciones que deban llevar a nadie a la quiebra. Es un panorama solucionable, especialmente si pensamos que, tras drásticos recortes del gasto público, pagados con una reducción igualmente drástica del poder adquisitivo de población, se había alcanzado un superávit primario; es decir, que sin la parte de la deuda, las cuentas públicas estaban en verde, tras un largo periodo en rojo.

Y sin embargo, el precipicio se abre ante Grecia. No cabe más que pensar en razones políticas, porque en manos políticas estaba mejorar la situación o agravarla. Son el Eurogrupo, formado por representantes de los gobiernos del euro, el BCE, administrador de la divisa común del Eurogrupo, y el gobierno y parlamento griegos, quienes protagonizan el inquietante baile. Y político es el gran debate abierto, al que se han sumado con pasión los intelectuales austerófobos. Estos recomiendan a los griegos que voten no en el referéndum del domingo y den así un corte de mangas a las recetas que, argumentan, les han llevado al desastre. Al mismo tiempo se reexamina una vez más en propio nacimiento del euro y su utilidad. Finalmente, aumentan las voces que consideran deseable la salida de Grecia del euro y su vuelta a la dracma, aunque llegan a tal conclusión desde perspectivas distintas. Para unos, es lo mejor que le puede pasar a Grecia, ya que recuperando la soberanía monetaria volvería a crecer; eso sí, tras un doloroso periodo de ajuste y devaluación. Para otros, es lo mejor que le podría pasar a Europa, ya que liberada de este problema y con la lección aprendida, se lanzaría sin duda a reforzar sus estructuras comunes, dotándolas de más poder y capacidad.

En 2009 el quebrado Estado de California suspendió pagos. Para salir del agujero procedió a una drástica reducción del gasto, con despidos masivos y grandes recortes en servicios y programas, mientras Washington inyectaba ayuda por diversas vías. Pasada la purga, volvió al superávit, dejando tras de sí un incremento de la desigualdad social. Pero a nadie se le ocurrió que California saliera del dólar, y menos todavía que abandonara la Unión. Y ni el uno ni la otra entraron en ninguna crisis existencial. Pero el dólar es una divisa ligada a un banco central con muchas menos limitaciones que el BCE y a un gobierno federal fuerte con un presupuesto y una política fiscal poderosos, justo lo que le falta al euro y lo que tendría si se atendiera la propuesta de «más Europa» elaborada por el grupo llamado de los cinco presidentes. La UE ya tiene parlamento, por lo que la parte democrática está orientada; le faltan los poderes necesarios para que situaciones como la griega no pongan en peligro toda la construcción. ¿De verdad es necesario echar a Grecia para dar el paso?