Yo me alquilo por horas. Durante eso que se llama una jornada laboral pongo mi talento, mis conocimientos y mi esfuerzo a disposición de quienes pagan a final de mes el imprescindible dinero con el que, machadianamente, pago «el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho en donde yago». El resto del tiempo el que paga soy yo. Un precio muy alto, el más alto que existe. Ser libre es carísimo, pero a mí me merece la pena. Siempre he escrito, he hecho, he dicho lo que me ha dado la gana y he ido con quien me parecía sin atender a si me convenía, a si era apropiado, a si a los demás les parecería bien. Eso supone casi siempre una auténtica situación de aislamiento, porque los seres libres suelen causar algo parecido al temor en sus semejantes. Pero todo lo he dado siempre por bien empleado porque nada hay más valioso para mí que mi libertad.

Para ser libre quizás solo haga falta una premisa, un único requisito: tener plena conciencia de ello. Si se es libre porque nos ha venido dado, pero no lo evaluamos como el inmenso valor que es, seguramente no seamos tan libres como pensemos y acaso lo merezcamos poco.

Cuando la libertad nos es arrebatada de pronto, de un golpe seco, violento y asesino, como ocurre en los golpes de estado o en las invasiones, entonces quizás nos sobrevenga un conato de rebelión, pero cuando la pérdida de libertad ocurre despacio, por parcelas, no siempre resulta fácil darse cuenta y rebelarse. Pero es preciso estar alerta.

Desde hace un par de días una nueva ley nos amordaza, nos impide el ejercicio de actividades cívicas a las que nunca deberíamos renunciar y por las que jamás, en un país libre, se debe ser castigado. Al poder siempre le tienta la idea de tener todo el control, pero si nos creemos aquello de que el poder en una democracia reside en el pueblo, el pueblo no debe ser controlado de manera que pierda la capacidad de expresarse.

La ciudad en la que nací y donde vivo tiene, entre sus lemas, uno precioso: «la primera en el peligro de la libertad». Siempre me gustó esa frase, ver la libertad como un peligro. Es arriesgado ser libre, y por eso muchos nos proponen el engañoso trueque de libertad a cambio de seguridad. Pero es un truco, una estafa, una forma de arrebatarnos el tesoro. La libertad no es opuesta a nada, aunque a ella todo se le oponga.