El padre que pegaba a su hijo hace medio siglo en la vía pública, recibía la simpatía solidaria de los viandantes, que se preguntaban por los crímenes del niño que sin duda justificaban el castigo físico. Es innecesario agregar que dicha conducta sería hoy tachada mayoritariamente de reprobable o, como mínimo, de un fracaso en la labor educativa del progenitor. Cuando un vándalo bípedo apalea a un animal cuadrúpedo, no se analiza si el perro mordió previamente a un familiar de su dueño, para juzgar lo ocurrido de trato inaceptable. En más de un sentido, «trato inaceptable» define los modos y ofertas de la Europa presuntamente rica a su porción griega.

Al igual que tantas veces en los siglos recientes, el padre disciplinante es Alemania. Para redondear los clisés, también le insiste a su hijo griego en que «a mí me duele más», mientras menudean los azotes. Ningún exceso previo del agredido justifica el mobbing o bullying contra Atenas rebatido en el referéndum europeo de Grecia, con el agravante de la publicidad. Antes de la consulta, los castigadores se relamían ante la expectativa de arrojar contra Tsipras el voto de sus conciudadanos previamente mortificados. Tras el resultado inapelable, la acusación decepcionada ha extendido la culpa al conjunto de la población. Las sospechas se propagan a quienes no se suman al acoso, que pronto engrosarán una lista paralela a la relación de peligrosos islamistas.

En esta cosmovisión humorística si no saliera tan cara, la estafa a España proviene de Grecia y no de los oscuros manejos de Rodrigo Rato y Blesa. Aquí es obligado reseñar que la contumacia griega se compara a menudo desfavorablemente con el milagro islandés. Se esgrimen argumentos sobre la laboriosidad del país nórdico y la aplicada moderación de sus habitantes. Los expertos agregan desde la ortodoxia que la moneda propia les ha permitido salutíferas sangrías devaluadoras. Curiosamente, los comentaristas a menudo patrocinados omiten que Islandia es uno de los pocos países que ha encarcelado a banqueros por sus excesos durante la pasada década, como si este detalle purificador no influyera en la recuperación económica. De hecho, en España se liquida la carrera de los jueces que se atrevan a sugerir tamaña ignominia.

La estrepitosa derrota de la disciplina alemana en las urnas ha excitado a los apóstoles de la austeridad, qué parte de no les cuesta entender. Bill Clinton se defendía de los embates del escándalo de Monica Lewinsky desmintiendo que la felación fuera un acto sexual, o replicando a un periodista que «defina la palabra es». Del mismo modo, la Bruselas machista ha concluido que cuando los griegos dicen que no, en realidad significa que sí. Hasta Tsipras se ha empapado del doble lenguaje, parece que le incomoda el sacrificio de sus conciudadanos. Y si puede hablarse de un referéndum europeo en Grecia es porque la consulta hubiera ofrecido un resultado similar, de haberse convocado en el conjunto del continente. Europa se alimenta de la contradicción de que ningún país miembro puede cuestionarla mediante votación, por si acaso.

La actualidad se divide entre los acontecimientos con un solo abordaje razonable, verbigracia el accidente de Germanwings, y los procesos en que todos los planteamientos son razonables, véase la crisis griega. Esta diversidad abonaba un referéndum, donde la vinculación entre el no y la salida del euro dejaba perpleja a la propia Angela Merkel: «Lo diré abiertamente, estoy dividida sobre este asunto». El semanario Der Spiegel remacha que «esta frase ejemplifica la política europea» ambivalente de la cancillera. Si la emperatriz continental alberga dudas tan abultadas sobre la estructura de la UE y el riesgo de que Grecia se convierta en su particular Lehman Brothers, la consulta no andaba tan desencaminada. El europeo de a pie debe limitarse a formarse una opinión propia y a fortalecerla escuchando a quienes piensan lo contrario, en el más puro estilo liberal.

Los culpables de haber entregado el dinero que Grecia nunca podría haber devuelto insisten en la mano dura. En otra paradoja contemporánea, el deslizamiento hacia la víctima y la identificación rotunda del agresor han conducido a un mundo de violencia decreciente. Pese a ello, la economía sigue confiando en la ley del más fuerte con abusos mil veces tolerados y hoy tan difíciles de digerir como los desahucios policiales, donde los derechos del acreedor se ejecutan con una clara voluntad de amedrentamiento social. Frente al desafío irresponsable de las deudas no se pagan, la pena capital de que las deudas se pagan eternamente. Grecia dijo no, en el nombre de Europa.