El semanario alemán Der Spiegel, uno de los pocos dedicados al cada vez más necesario periodismo de investigación, está muy enfadado con la CIA. Tan justamente enfadado que ha decidido presentar una demanda ante la fiscalía federal alemana por sospecha de espionaje.

Desde que estalló el caso Wikileaks, que mantiene sin poder salir en la embajada ecuatoriana en Londres por temor a verse extraditado a EEUU al periodista y activista de origen australiano Julian Assange, se sabe que la superpotencia ha estado espiando en todo y a todo el mundo, sin respetar siquiera a los supuestos aliados.

No se ha detenido ante ministros ni jefes de Estado o de Gobierno, como los presidentes de Francia o la propia canciller federal alemana. ¿Y por qué iba a tener entonces, cabe preguntarse, un miramiento especial con la prensa, sobre todo cuando ésta cumple su papel de fiscalización del poder?

Cuenta la revista un caso que se remonta a 2011 e hizo sonar todas las alarmas: el espía residente de la CIA en la embajada de EEUU en Berlín solicitó entonces una entrevista de carácter confidencial con el coordinador del contraespionaje en la cancillería federal alemana.

Se trataba de informarle de que un alto colaborador de la cancillería mantenía estrechos contactos con periodistas, a los que revelaba cosas que debían permanecer secretas.

Pero el contacto con los medios era precisamente uno de los cometidos del funcionario, que mantenía frecuentemente con los periodistas conversaciones de esas que en la jerga se conocen como «off the record», es decir sin revelación de la fuente.

Tras la denuncia, la cancillería optó por cambiarle de puesto sin que nadie se molestara en preguntarles a los estadounidenses cómo se habían enterado del contenido de esas conversaciones y sobre todo por qué se dedicaban a espiar a un medio de prensa -en concreto Der Spiegel- en Alemania.

Según el semanario, lo más indignante del caso, conforme se van conociendo más detalles de lo ocurrido, es que en lugar de defender a sus compatriotas de esas actividades de una potencia extranjera, los representantes del Gobierno alemán optaron por hacer la vista gorda.

Der Spiegel reconoce que es desde hace años como una china en el zapato del Gobierno norteamericano al haber revelado ilegalidades cometidas por aquel país en suelo extranjero, entre ellas el secuestro en territorio alemán de dos supuestos terroristas de nacionalidad germana para su traslado a cárceles secretas, lo que dio lugar a sendas investigaciones parlamentarias en Berlín.

Junto al New York Times y al diario británico The Guardian, el inquisitivo semanario que publicó en 2010 una serie de informes confidenciales del Ejército estadounidense relativos a Afganistán, más tarde diarios de soldados norteamericanos en Irak y finalmente los documentos diplomáticos filtrados por Wikileaks, que pusieron en aprietos al Gobierno de Washington.

En enero de 2013, poco antes de que el ex colaborador del espionaje estadounidense Edward Snowden comenzara a publicar documentos clasificados como secretos sobre el espionaje masivo de EEUU, varios redactores de Der Spiegel fueron informados confidencialmente por funcionarios del Gobierno federal de que eran objeto de escuchas por parte de la CIA.

El Gobierno de Estados Unidos no se cansa de exigir a otros el respeto de la libertad de prensa, pero no puede decirse que practique precisamente lo que predica.

Así, en 2013 se supo que su ministerio se había hecho con los contactos de un centenar de colaboradores de la agencia Associated Press para identificar a un informante que había revelado datos sobre una operación de la CIA relacionada con un supuesto plan terrorista.

Y un reportero del New York Times premiado dos veces con el Pulitzer, James Risen, fue amenazado con la cárcel por negarse a revelar durante siete años sus fuentes mientras que otro profesional, James Rosen, jefe de la delegación en Washington de de la cadena de televisión Fox News fue a su vez objeto de espionaje telefónico y epistolar.

Mientras tanto, en el Estado norteamericano de Virginia, un Gran Jurado, trabaja desde hace años en la presentación de una querella contra la organización Wikileaks, cuyo cofundador, Assaange, podría exponerse a una condena por alta traición si es que abandona alguna vez su refugio diplomático en Londres.