Convertidos todos en el escritor Augusto Monterroso, nos despertamos una mañana en la preciosa Marbella y el dinosaurio sigue allí, mirándonos sobre un nido de ladrillos en la habitación que ocupamos de algún hotel, quizá legalizado mucho después de haber sido construido. La información de José Antonio Sau en el periódico ayer, que recomiendo recuperar en la hemeroteca digital de La Opinión, sorprendía como un tráiler nuevo de Jurasic World. Comenzaba así: «La Fiscalía ve indicios de corrupción en el convenio urbanístico que dio origen a la construcción del Centro Comercial La Cañada, de Marbella, y pide su nulidad al juzgado de Instrucción número 1 de la ciudad».

Recuerdo cómo una y otra vez interrumpía nuestra conversación el exquisito Rafael de la Fuente, primer director de la Escuela de Hostelería de La Cónsula (vergonzosamente castigada hoy por la ineptitud de la Junta de Andalucía), para que yo viera cómo seguían subiendo una y otra vez los camiones que cargaban áridos en una cantera cercana. Ambos compartimos el incurable dolor de haber perdido a Félix Bayón, el imprescindible periodista a quien le falló el corazón precisamente cuando estaba viendo Plan Oculto, dirigida por Spike Lee, en los cines de La Cañada (el próximo 15 de abril hará diez años de su muerte y yo aún no he conseguido borrarle de mi agenda). Félix, Rafael, la abogada Inmaculada Gálvez y unos pocos más se enfrentaron al gilismo y sus redes clientelares, pero Gil, como Franco, murió por causas naturales tras sacar mayoría absoluta en Marbella desde 1991, en una ciudad donde la incapacidad y el desencanto político anteriores habían abonado el terreno al populismo. Pero eso no descarga de responsabilidad a quienes una y otra vez refrendaron en las urnas la vulgaridad gilista y el desfalco sistemático de lo público hasta en cuatro ocasiones.

El sábado pasado estuve disfrutando de la entrega de los Premios Platino del Cine Iberoamericano, curiosamente en el mismo lugar donde se celebra cada verano el esplendente Starlite, en la antigua cantera de Nagüeles. La luz espectacular que se proyectaba sobre el mordido monte de roca reciclaba su anterior historia, un poco metáfora de la costosa recuperación para la legalidad democrática de Marbella, esa joya andaluza del turismo de lujo. También Monterroso es latinoamericano, como el dinosaurio de su relato.

El nuevo escrito de la Fiscalía viene -más vale tan tarde que nunca- de uno de los procedimientos que se abrieron por los informes de fiscalización de los años de gobierno del gilismo por el Tribunal de Cuentas. El fiscal pide multas millonarias y 24 años de cárcel para Juan Antonio Roca, 18 años para Julián Muñoz y otros 18 años para el constructor y ´benefactor´ social Tomás Olivo por cohecho, prevaricación urbanística continuada y fraude en concurso con malversación de caudales públicos.

El marbellosaurio no sólo sigue ahí. Aún colea