Apolonio es un todo. Es, como el verano, festivo, alegre, desenfadado y divertido, y además hace reír. Cuando las hechuras y las indumentarias de Apolonio comparecen, hacen reír. Y cuando Apolonio se expresa y gesticula y posturea, también hace reír. Apolonio es desopilante, como Cantiflas. Apolonio es una rareza natural de aspecto enteco y cenceño, por partes asténico y por partes pícnico: hasta las ingles paticorto, muy paticorto; de las ingles a la cintura, culiancho, muy culiancho; de la cintura a la cabeza, longilíneo, leptosómico, quijotesco como el mismísimo Alonso Quijano. Su voz pita en re, como los silbatos de ordenanza; su habla por momentos brota a ráfagas, y él lo advierte:

-Yo no soy tartamudo, soy disfémico. Que uno es elegante... -dice como un resorte.

Apolonio, visto por partes, no enamora: piernas flacas, culo orondo, hombros caídos y estrechos, brazos flacos, cabeza pequeña, rasgos ásperos y angulosos... Su físico no fue pensado para atraer. Pero cuando rompe a hablar y a contar chascarrillos la cosa cambia. Apolonio es el patrón del desparpajo, de la sensibilidad, de la memoria y de la rapidez y la lucidez mental... Apolonio es un todo atrayente; un todo que alivia de sopores y penas a su entorno. Cuando Apolonio llega la tristeza huye, irremediablemente, como si Apolonio fuera una inefable ley natural que llega y se impone.

El que les escribe, cuando piensa en Apolonio, no puede evitarlo: Aristóteles comparece, porque cuando Aristóteles, en su Metafísica, explica que el todo es más que la suma de las partes, está explicando a Apolonio. Por eso hace años que, para según qué cosas, Apolonio y Aristóteles viajan juntos en el mismo pliegue íntimo de mis entendederas.

El asunto del todo y las partes, como no, también conforma el complejo meollo de la realidad turística de Andalucía; una realidad turística a la que todos nos aplicamos, pero que no terminamos de poner de pie. Andalucía, la Andalucía que todos pretendemos en el corazón y en el cerebro de nuestros visitantes en acto y en potencia, sigue siendo un hecho aspiracional, a pesar de lo que digan las variables demoscópicas al uso. El «todo» verdadero que Andalucía representa aún no es el «todo» percibido por el universo universal de sus visitantes. El hecho de que la percepción de los conceptos se haya ido produciendo históricamente de menor a mayor, influye. Que primero fueran percibidos Torremolinos, Marbella, Granada, Córdoba o Matalascañas, como «todos» aislados, dificulta la percepción del «todo» que define a Andalucía.

De manera recurrente nos referimos a Andalucía como un destino, y Andalucía, aun siéndolo, no es un destino, porque Andalucía no es tangible, ni comprable. Andalucía es más. Andalucía es una naturaleza, un concepto de vida, una expresión sociocultural multiforme, una emoción percibible, un hogar, una experiencia infinita. Andalucía es una manera de ser y de vivir y de pensar y de sentir, y un mural universal, y un recuerdo acumulado que habla de hospitalidad y de sensibilidad y de cultura... Andalucía, igual que España y que Europa y que el viejo planeta Tierra, es un todo infinito, o sea, más, mucho más que la suma de sus partes.

Nuestro reciente consejero de Turismo ha empezado a poner el dedo en la llaga, como sus antecesores. Insisto, de corazón le deseo que sea el mejor consejero de Turismo que jamás hayamos tenido. Y deseo que la luz no lo ciegue, que suele ocurrir cuando nos empecinamos en cambiar el destino, pero sin cambiar de rumbo. Navegar en círculo no es un rumbo. ¡Todo suena tan igual! Pero seamos crédulos... ¡Adelante, consejero!

El «todo» turístico de Andalucía es una amalgama sensible que exige tener claridad de ideas, pese a quien pese. Las intervenciones desacertadas, aun cuando representan una solución real del ahora-mismo, pueden terminar siendo como la secuoya caída que corta el paso un poco más allá en el camino. Ejemplos haylos. Muchas de nuestras barreras turísticas son el resultado de haber actuado más como hijos de nuestro pasado que como padres de nuestro futuro. Y ya está bien...

No dejarnos condicionar por el ruido es un sabio precepto, pero casi ninguno lo hemos probado. Confío en que nuestro nuevo jefe turístico sea capaz de oír más allá de los tambores interesados, y que sepa impulsar el cambio de rumbo que nuestra industria demanda desde hace años. Por nuestro bien, así sea.