Tanta perfección no puede ser casual. Aquí se palpa la presencia de un profesional en su campo, qué digo, de un verdadero maestro; ríase el lector de esos aficionados que alinearon con los astros las piedras de Stonehenge o el dolmen de Menga. Mientras el sanedrín de expertos escrutaba el skyline desde la Farola, era en otro rincón del puerto donde se condensaban las fuerzas del mal. Cuentan los vecinos de Muelle de Heredia que durante las últimas semanas vieron deambular por la zona a un extraño individuo. Hablaba en una lengua que nadie entendía y cada amanecer ejecutaba un complejo ritual de índole desconocida. Dicen también que un día trazó al fin un eje sobre la explanada que marcaba la exacta bisectriz entre las dos laderas del monte Gibralfaro. Aquí se alzará la noria gigante, dictaminó, y bloqueará con precisión milimétrica y letal la perspectiva desde el litoral oeste de la coracha terrestre y el castillo. Consummatum est. Les propongo un paseo junto a la linde portuaria desde la estatua de Manuel Agustín Heredia hacia el parque: por favor, admiren durante el trayecto la vista que, desde que en 1572 se publicara como grabado en el Civitates Orbis Terrarum hasta ayer mismo, representaba la imagen de nuestra ciudad por todo el globo. Ya me contarán.

He visto la luz. Al fin he comprendido el significado de ese críptico párrafo contenido en el Avance del PEPRI Centro que dice que «es necesario (€) utilizar el término de «paisaje histórico urbano». Se supera el concepto de patrimonio edificado y espacio libre para adentrarse en una concepción holística en la que se considera conjuntamente el lugar, la geografía de la ciudad, la topografía, los ejes visuales, y los elementos naturales». Claro, era esto. Ponga un chamán en su vida.

*Luis Ruiz Padrón es arquitecto