Hablar por hablar y escribir por escribir. Y así estamos en un debate eterno sobre qué hacer con la Feria de Málaga. Eso es lo que ha ocurrido gracias a que la concejala Teresa Porras habló como Teresa Porras. Su verbo ha elevado la Feria de Málaga a la escaleta de todos los magazines televisivos mañaneros para encontrar refugio también en los principales telediarios vacíos de sustancia y corrupción. El verano es para disfrutar de lo robado.

La Feria de Málaga fue noticia ya el pasado año por el lamentable espectáculo de la no violación en el Cortijo de Torres y este año aumentamos nuestra cuota de popularidad chabacana gracias a nuestra concejala de festejos. Días atrás, varios directores de periódicos de mi grupo me preguntaban qué pasaba en Málaga durante la Feria y se sorprendían de que fuera la propia concejala responsable de las fiestas la que organizara tal sarao. Tras una breve conversación logré situarlos tanto en el personaje como en el potencial de la Feria de Málaga y accedieron a ser más o menos benévolos con las informaciones que realizarían sobre nuestras fiestas. Ya hace años mantuve con ellos algunas diferencias cuando titularon en sus medios que en Málaga la Policía Local patrullaba con detectores de metales durante estos días de botellón y faralaes. Sí, la tuve gorda con alguno. «Oye Juande, en Málaga se ponen los gayumbos, se calzan el pantalón tobillero y antes de salir eligen sombrero de gángster y armas para posible duelo. ¿Eso cómo va?», me preguntaban. En el correo me enviaron varias fotografías que yo ya tenía de la Policía Local donde se exhibía sobre una mesa un arsenal, propio de un samurai, que había sido incautado durante los días de feria. «Mamá, que me voy a la Feria. ¡Ah!, espera, que se me olvida la katana. Un beso y no me esperes despierta». Traté de convencerles de que la Feria de Málaga, de mi ciudad, es otra cosa. No sé aún el qué, pero sí otra cosa. Sé que se vive a pie de asfalto, abierta..., pero no sé. Dudo. Un día más tarde me preguntan si es normal que en la plaza principal de la ciudad, allí donde ondea la bandera española, es normal jalear a un estúpido en pelotas entre una marabunta de descamisados mientras gritan a la vez las cinco canciones distintas que vomitan los altavoces de otras tantas casetas. Vuelvo a tirar de orgullo y les pregunto si a estas alturas de la vida se van a escandalizar porque unos muchachos descerebrados y borrachos se pongan en pelotas en la plaza de la Constitución. Me dicen que no se escandalizan, que en las playas de sus ciudades hay casos peores, pero que en sus fiestas aún reina la educación. Es lo que tienen las redes sociales, les digo, que con un sólo click las vergüenzas se airean a la velocidad de la luz y les repito que la Feria de Málaga es mucho más que una no violación; que una concejala que aspira a llevar también la promoción e imagen turística de esta ciudad; que un titular tipo arma letal o que varios energúmenos emulen a Sacha Baron Cohen con su llamativo trikini. Luego, meditando, concluí que había más de uno que no se había quedado muy convencido de las bondades que les vendía. Necesito más sesiones de coaching para vender mejor estos días de fiesta, pero antes necesito saber qué producto debo vender. Aún así lo intenté.

Llevo más veinte años cubriendo informativamente la Feria de Málaga y cada vez me cuesta más defenderla fuera de nuestra ciudad. Temo que a este paso se convierta y se comercialice entre las agencias de viajes y en los grupos de las redes sociales como un nuevo Magaluf, como un destino donde brilla más el botellón que el sol. Desconozco quién o quiénes son los responsables, pero se debería reflexionar ahora, no días antes de la Feria de 2016, debatir qué se quiere hacer para los próximos años y tomar una decisión valiente para ahuyentar el peligro de que Málaga tome el relevo de Magaluf. Es cierto que hay responsabilidades compartidas entre el Ayuntamiento de Málaga, los empresarios de restauración, las peñas, los lobbys... pues se mueven millones de euros y se crea empleo (precario, pero empleo) y que debe haber espacio para la diversión de todos, pero esa permisividad no puede hacer que la Feria del Centro se convierta en un lamentable espectáculo de esa cultura de la borrachera y del alcoholismo que se ha ido imponiendo entre los jóvenes. Algo se debe hacer o aceptar que esta es la mejor Feria que Málaga puede presentar. Si es así, me resignaré y esperaré paciente las llamadas de mis colegas el próximo año y ya no tendré más argumentos para defender unas fiestas donde no existe botellón y las niñas van con las bragas en las manos. Veremos.