¿Es civilizable el capitalismo? Muchos lo dudan y tienen sus razones. Otros quieren darle al menos una oportunidad antes de que nos lleve, de continuar como hasta ahora, al desastre, que no a la victoria final.

Dos politólogos británicos, Colin Hay y Anthony Paine, han escrito un libro con el título en cierto modo provocador de Capitalismo Cívico (1), en el que hacen diversas propuestas sobre cómo debería corregirse ese rumbo.

El capitalismo que ambos propugnan consiste en «la gobernación de los mercados por parte del Estado en nombre del pueblo y con el objetivo de suministrarle a éste bienes públicos colectivos, equidad y justicia social».

Es decir se trataría en cierto modo de darle la vuelta al tipo de capitalismo de raíz anglosajona que sufrimos, perfectamente asumido por una Unión Europea dominada por la Alemania de Angela Merkel.

Recordemos que la canciller que vino del Este no ha tenido empacho en hablar de una «democracia conforme a los mercados» cuando, en puridad democrática, deberían ser por el contrario éstos quienes se subordinasen a aquélla. Y así nos va.

Hay y Paine reconocen que los mercados no pueden ser nunca por sí mismos garantes de equidad y justicia social y económica, por lo que compete al Estado imponérselas en nombre de los ciudadanos.

De ahí que propongan un drástico cambio de rumbo hacia un modelo de crecimiento que dé prioridad a la protección del medio ambiente, la mejora de la calidad de vida y la reducción de las desigualdades de todo tipo para corregir las consecuencias del capitalismo desbocado que conocemos.

Un instrumento válido en ese proceso sería la sustitución del método actual para analizar el crecimiento económico del país, basado en su producto interior bruto (PIB), por otro que lo combinase con otro mucho más complejo que podría denominarse «índice de Desarrollo Económico Sostenible».

Incluiría éste, por ejemplo, el llamado coeficiente de Gini -por su inventor, el estadístico italiano Corrado Gini-, que mide la desigualdad de ingresos o riqueza, pero tendría en cuenta también el consumo energético y las emisiones de carbono per cápita, entre otros factores relacionados con un crecimiento sostenible.

El «capitalismo cívico» que proponen tendería a privilegiar las inversiones públicas frente a las privadas, inversiones que podrían financiarse mediante deuda pública hipotecada o bonos que se dedicarían exclusivamente a proyectos de infraestructuras públicas, a financiar las tecnologías «limpias» y al capital humano necesario para su manejo.

Ese capitalismo, tan distinto del especulador, irresponsablemente consumista y depredador de los recursos del planeta que padecemos, debería tener «una visión de la buena sociedad» y un «propósito moral».

Como diría un inglés, lo que proponen ambos politólogos, «istoogood to be true» (demasiado bueno para ser verdad) a menos que dejáramos de llamarlo «capitalismo» porque en el ADN de este sistema económico están la constante expansión de los mercados, un crecimiento económico continuado y una tendencia intrínseca hacia la desigualdad, lo que le hace incompatible a la larga con esos objetivos.

Como señala en el mismo libro la socióloga Ruth Levitas, «tiene que haber alternativas al capitalismo en lugar de versiones modificadas del mismo». Y además sin que haya que «avergonzarse de su nombre».

(1) Civil Capitalism. Colin Hay & Anthony Payne. Polity Press 2015