Julián Muñoz sufrió la semana pasada un amago de infarto cuando bajaba al patio de la cárcel acompañado de otros presos. Comenzó a sentirse mal, y los funcionarios lo evacuaron rápidamente a la enfermería de la prisión, donde se le detectó el cuadro y, tras estabilizarlo, volvió a su celda. El exalcalde marbellí pasó tres años entre rejas, desde julio de 2006 a julio de 2009, por decenas de casos urbanísticos, y volvió en abril de 2013, tras ser condenado en Minutas y el caso Pantoja a siete años en cada uno de ellos. Luego, ha acudido a varios juicios más en los que todos los que participan de una forma u otra en el circo que rodea a la Justicia han podido ver su deterioro físico, y casi me atrevería a decir que mental. Recuerdo que un concejal imputado en Malaya lo recordaba hablando en tercera persona sobre sí mismo en las conversaciones de pasillo y entonando, uno tras otro, conceptos absolutos usados contra él mismo por el Estado. Hace unos días también pudimos ver cómo el que fuera presidente del Sevilla FC, el abogado sevillano José María del Nido, acababa reconociendo los delitos que había cometido, no sólo en el marco del caso Fergocon, por el que ahora se le juzga, sino también en otros procesos como Minutas, por el que lleva en la cárcel desde enero de 2014, más de un año y medio. Ambos han acabado entonando el mea culpa y pidiendo perdón a Marbella. El primero lo hace por su mal estado de salud y porque no soporta más la cárcel: los años de reclusión ha minado su soberbia y la vehemencia con la que se defendía en anteriores procesos, echándole la culpa de todo, como casi todos sus compañeros de banquillo, al fallecido Jesús Gil. El segundo también se ve afectado por su periodo de reclusión, y tal vez favorece ese súbido arrepentimiento las ansias de conseguir, lo antes posible, un indulto que lo libere de su calvario. Para ello, está pagando ya las responsabilidades civiles de los casos Fergocon y Minutas, con el fin de lograr una refundición, una vez que la primera sentencia sea firme, y sepa cuánto le queda en un centro penitenciario. Roca, en su día, también confesó haber untado a media corporación marbellí y está, o debería estarlo por ley, a las puertas de su primer permiso carcelario. Todos los protagonistas del saqueo marbellí, pasados los años y tras amargas experiencias entre rejas y la previa y larga pena de banquillo, comienzan a confesarse culpables de lo que allí sucedió para obtener una redención que, al menos, palie en algo la repulsión social que despertaron sus delitos. La cárcel es dura y cambia a la gente: fíjense en estos casos. Tras pasar por ella, uno nunca vuelve a ser el mismo.