Los reyes ya no llevan corona, pero los cofrades insisten en coronar a toda imagen mariana en la que ponen su religiosidad popular, o en la que ven reflejada todavía la mirada de sus mayores cuando les buscaban el rostro quizá para rogarles seguir vivos y así poder sacar adelante a los suyos -como fue el caso de mis padres-. Lo respeto, pero cómo entender esa necesidad que sólo puede resolver la siempre presente y hábil burocracia vaticana, una necesidad más folclórica que espiritual, en cualquier caso.

Novia de Málaga

Me gustaba sin corona la llamada «novia de Málaga», la Virgen del Rocío (aunque no deje de emocionarme por un sinfín de razones cada Martes Santo). Una virgen coronada se parece un poquito más a otra. Aunque celebro que su coronación haya sido un éxito y haya hecho viajar la palabra Málaga y quizá la más grande de sus tradiciones por miles de oídos y miradas durante sus fastos. Enhorabuena a la cofradía y a quienes se sienten vinculados a ella.

Esperanza

Es verdad que luego uno se acostumbra. Miro antiguas imágenes de la malagueña Virgen de la Esperanza, esa delicada talla del XVII (de vestir, con sólo rostrillo y manos, a diferencia de la del Rocío que es de cuerpo entero). Me fijo en su elegancia, rostro sereno que parece que te mira sobre las azucenas cuando va en ese mundo de trono dorado. La Esperanza en la calle malagueña de Jueves Santo, «un crucero mariano por el mar de Málaga» podría decirse, en un rosario, también mariano, interminable de frases que como versos buenos y malos se derraman como pétalos antes, durante y después de la Semana Santa hasta el éxtasis capillita de quienes los disfrutan, pero también hasta la extenuación de quienes los discriminan con elegante discreción, padeciéndolos incluso, pero con igual devoción o más por sus imágenes que algún extasiado.

Reina sin corona

Y me gusta más sin corona que desde que se la coronó aquel junio de 1988 en la plaza de la Constitución, abarrotada, con la presencia de Tagliaferri, un nuncio joven -cincuentón- expresamente elegido por Juan Pablo II en 1985 para aquella España socialista de los 80. Devoción popular y antigüedad centenaria, los requisitos que el Vaticano exige para nombrar reina a quien se supone que ya lo es de los cielos, le sobraban a la Esperanza. Para quienes miramos con ojos introspectivos (que eternamente dudan pero encuentran pero buscan) a esa representación de la madre de Jesús, a toda madre le sobra la corona para abrazar al hijo.

Mena

Vinieron tras la Esperanza otras coronas. Y ahora le toca a Mena. Cómo me gusta esa congregación y cuánto aprecio a algunos menosos y a alguna menosa. Anteanoche en el teatro Cervantes, en el acto por el centenario de la fusión del Cristo de la Buena Muerte y de la Virgen de la Soledad, imagen tan personalísima sin corona, mi apreciado y admirado Ramón Gómez Ravassa definía, hilando fino, entre contrarios a su cofradía: «Un extraño conglomerado de elegancia y naturalidad; elitismo y popularidad; devoción profunda con algunas dosis de frívola coquetería; Mena es una simbiosis del Ying y el Yang, de lo blanco y lo negro, de lo más restrictivo a lo más extensivo...» Ese pañuelo blanco que toca la cabecita de esa imagen a la que canta la Salve la Marina tiene, para el ignorante que soy, ese poder humilde que otorga más autoridad que una corona.

Benemérita

Esta semana, acostumbradas a ser zarandeadas de oficio y procesión en Andalucía, las vírgenes siguen en el candelero, con o sin su candelería encendida. Por segunda vez en esta legislatura una virgen malagueña será condecorada. Lo fue el año pasado la bella imagen de la Virgen del Amor, titular de la cofradía de El Rico vinculada a la autoridad por la histórica prerrogativa legal que permite cada año el indulto de un preso. Y ahora le ha tocado a la Virgen de los Dolores, que se procesiona en la antigua y valiosa Semana Santa de Archidona, llevada en su trono incluso por esas peculiares escalinatas el Viernes Santo acompañado de gala por la Guardia Civil, como en Málaga acompaña la Benemérita a la imponente cofradía de la Expiración cada madrugada del Miércoles Santo.

«Condecorator»

El ministro Fernández Díaz no pasará a la historia de la democracia por su prudencia a la hora de pasar el rato con el imputado Rato (que con la nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal ya no es imputado sino primero investigado y luego encausado). Pero si sigue así el ministro hasta las elecciones de casi Navidad, pasará por condecorar imágenes de las que -el asunto está en la Sala de lo Contencioso Administrativo- está por dilucidar su existencia jurídica, para ser condecoradas con coherencia legal o sólo con fervoroso pero anacrónico desatino.

Y a propósito de la Guardia Civil, emociona e impacta visitar la carpa de la exposición por los agentes asesinados por ETA… Porque hoy es Sábado.