Hace ya muchos años, cuando Bonn, esa «pequeña ciudad de Alemania», como la llamó John Le Carré, era aún capital federal, el entonces ministro de Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, le expresó a este entonces joven corresponsal allí su extrañeza por la poca fuerza de un partido liberal en España.

Había eso sí políticos liberales, integrados o no en UCD, como Ignacio Camuñas, Antonio Garrigues Walker o Pedro Schwartz, pero estaban muchas veces divididos y contaban en realidad poco en el país del que tomaron otros el término de liberalismo político, nacido, como se sabe, en las Cortes de Cádiz.

España seguía pareciéndoles a muchos un país de gentes dogmáticas, de opiniones inamovibles, en el que, según dijo un político italiano, faltaba finezza y donde históricamente se habían dirimido muchas cuestiones a garrotazos, como en el famoso cuadro de Francisco de Goya.

Ha llovido mucho desde entonces y aun cuando algunos de los políticos que nos gobiernan siguen recordando mucho ese insoportable tono de voz del «ordeno y mando» de tiempos pasados, han llegado nuevas generaciones en las que se aprecia un nuevo talante para el diálogo.

Me viene todo esto a la cabeza al escuchar la noticia de la aproximación del partido Ciudadanos, de Albert Rivera, a la Internacional Liberal que preside el belga Guy Verhofstadt.

Y no deja de ser en cierto modo sorprendente, o acaso un síntoma más de nuestro retraso histórico, que aquí parezca florecer de pronto un partido que parece estar de capa caída en otros países, como en Alemania o el Reino Unido, donde ya no forman parte de los respectivos gobiernos de coalición, e incluso en el primer caso han salido incluso del Bundestag por primera vez en su historia.

Los liberales han servido tradicionalmente de partido bisagra y ayudado muchas veces a limar las aristas de los grupos políticos con los que formaban coalición como socios minoritarios, pero cuando los partidos mayoritarios pasaron a ocupar ese centro, aquéllos parecieron perder de pronto su utilidad.

Sin embargo, en un país como el nuestro, con una derecha que no ha sabido aún renunciar a muchos tics del franquismo, incapaz de reconocer abiertamente una corrupción que está lejos de ser episódica, el partido de Albert Rivera representa para muchos una bienvenida alternativa.

A juzgar por su programa, Ciudadanos se sitúa en el centro derecha: se trata de una derecha claramente liberal en lo económico, bastante más presentable a nivel europeo que la que teníamos hasta ahora, una derecha que ciertamente no pone en tela de juicio el actual capitalismo - pero ¿acaso lo cuestiona la socialdemocracia?- sino que pretende «civilizarlo», mitigando mitigar algunos de sus excesos.

Quienes han votado al PP tendrán al menos a partir de ahora donde elegir. Y la socialdemocracia, a su vez, tendrá que vérselas con un rival menos antipático, una derecha más dialogante y moderna, con la que no es de excluir que un día pueda llegar a entenderse. Como ocurre, por ejemplo, en Alemania con la CDU y el SPD.