Pablo Milanés canta al tiempo, al implacable, al que pasó, con el mismo sentido trágico que los poetas hicieron desde el Renacimiento. El tiempo, esa dimensión que inevitablemente nos atrapa, y que nos envuelve a diario en una constante acumulación de ayeres que no cesa. En la historia de la literatura el tiempo es una constante, una categoría que se repite más allá de toda corriente literaria. Para Borges, el tiempo era algo más que una categoría, era toda una teoría que explicaba la Historia, que es tiempo que crece atroz y cuya carga secular de ayeres abrumaba al poeta, como una culpa.

El tiempo nos atrapa por el hecho de estar vivos, por nuestra propia contingencia, porque somos el momento presente de nuestro propio devenir histórico, pero también nos atrapa por una cultura que induce a entender el presente como lo único importante, sin que cada paso se dé porque se sienta. Y como añade el cantor cubano, que aferrarse a las cosas detenidas es ausentarse un poco de la vida.

Este ausentarse de la vida es el triunfo del olvido, de un tiempo sin memoria que se va cerrando a cada paso, como si nunca hubiera existido. Sin pasado las sociedades como las personas simplemente no son. Son solo una búsqueda de identidad sin esperanza. La cultura occidental se ha construido frente al tiempo, fabricando una foto fija de él, y midiendo el progreso a través de la lógica del consumo y de la satisfacción inmediata en una carrera que conduce a lo efímero al carecer del sentido que el tiempo otorga a la existencia. Asistimos así a la negación de la Historia, a ese estado que introduce a los pueblos en una cierta anomia histórica, sin normas sociales que le permiten reconstruir con justicia su propio pasado. Las dificultades que en España sigue encontrando la recuperación de los cuerpos de las víctimas de nuestra guerra civil, aún en las cunetas, son una muestra palpable de la ceguera del poder político o de intereses inconfesables. La derogación efectiva por falta de financiación por parte del gobierno popular de la Ley de la Memoria Histórica, uno de los avances en política social y de reconciliación del gobierno socialista más importantes, sigue impidiendo inexplicablemente que la sociedad española recupere la Memoria de su mayor brecha histórica, cuando en 2016 ya se van cumplir ochenta años de los inicios de aquella sangrienta contienda entre hermanos. Mientras tanto, países como Alemania, Chile, El Salvador, o Guatemala, entre otros, han sabido sentar las bases para su normalización, y ahora construyen el presente afrontando su pasado. ¿Qué es lo que pasa en España? Las nuevas generaciones de políticos españoles, desde un concepto diferente de convivencia, no maniatada por un pasado no superado todavía, deben contribuir a cerrar esa herida social que nos atrapa después de tantos años.

En Atrapados en el tiempo, la película que en 1993 dirigiera Harold Ramis, protagonizada por Bill Murray y Andie MacDowell, el personaje, Phil, el hombre del tiempo de una cadena de televisión, se despertaba cada mañana el Día de la Marmota. Las sociedades que no han superado su propio pasado están condenadas a permanecer en su particular Día de la Marmota, en un constante fluir que en forma de bucle se vuelve sobre sí mismo. La Guerra Civil española sigue siendo una de nuestras asignaturas pendientes como pueblo, y mientras no se restañen todas las heridas seguiremos estando siempre ante el mismo problema, aunque desaparezcan todas las generaciones de españoles que vivieron o sufrieron los efectos de aquella guerra, como una de esas marcas imborrables del tiempo.

Cuando oigo la canción del cantor cubano en la voz de la inimitable Mercedes Sosa, un soplo de aire helado recorre mi cuerpo, estremecido por el recuerdo de tantas huellas que va dejando el tiempo. Para el poeta y cantor cada paso anterior deja una huella que lejos de borrarse se incorpora a nuestro saco lleno de recuerdos. Como en el río de Heráclito, hecho de tiempo y de agua, donde nadie se baña dos veces en las mismas aguas. Como en Jorge Manrique, para quien la vida son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Como en Borges, para quien también el tiempo es otro río que me arrebata, escribe el poeta, y yo soy ese río, añade. Ser el río que nos arrebata, que nos atrapa en su fluir, pero desde la conciencia de ser río.

La reconciliación con el paso del tiempo, la recuperación de la Memoria, y la revitalización de la Historia, son caminos para la convivencia democrática y solidaria, porque el presente ha de ser vivido desde el conocimiento de haber sido, como la mejor manera de poder afrontar el futuro.

*Juan Antonio García Galindo es es catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga