Gracias a Juan Rulfo, el inmenso escritor mejicano a quien le bastó publicar solo dos obras para entrar en el Olimpo de los inmortales, supimos que aprender a escribir consiste en asimilar que los sinónimos no existen. El autor de Pedro Páramo no dijo nada de los antónimos, pero quizás dio por entendido que se les puede aplicar la misma regla, y así hacernos comprender que el mar no es exactamente lo contrario de la tierra, por muy diferentes que sean, ni el negro lo contrario del blanco.

De esa forma, poco a poco cada uno acaba configurando su propia dialéctica de conceptos, su catálogo de enfrentados, y el contrario de «silencio» tal vez no sea «sonido», que abarca también la música y la risa de mi hija, sino «ruido», donde solo cabe lo molesto. En mi catálogo, que es tan particular como el patio de mi casa, «creer» y «pensar» son antónimos sin solución. ¡Me cuesta tanto creer! Tal vez hubiera sido más feliz si en vez de andar todo el día por ahí haciéndome preguntas que rara vez obtienen respuestas me hubiese conformado con la solución que aporta la fe, con creer y tener esperanza. Hablo de religión, en general, no de una en concreto, porque al cabo llegamos siempre al mismo sitio. La religión te pide creer en lo indemostrable, a veces en lo improbable, tal y como lo han determinado los creadores del dogma, los que dicen hablar por boca de la divinidad, y exige ese acto, para mí de sometimiento, que supone aceptar y no cuestionar.

En cambio, pensar produce demasiados quebrantos. Poner en cuestión cada día, a cada rato, todo cuanto te rodea, incluso tu propia forma de ser y de actuar, sin dar por sentado e inamovible nada, lleva a muchas complicaciones, pero tiene el indiscutible peso de la libertad.

De alguna forma, la diferencia entre creer y pensar es la misma que hay entre comprar comida precocinada o guisar uno en casa lo que le apetezca, entre admitir a pies juntillas lo que otros te dicen o analizar críticamente desde tu perspectiva la realidad que te rodea. Al cabo, creer es un acto de sumisión mientras pensar es un acto de rebeldía que permite, incluso, pensar en dios sin la necesidad de creer en él o en la idea que de él han establecido como correcta otras personas, que no otra cosa es una religión.

Sin embargo, en este país cada vez que alguien plantea eliminar la asignatura de religión de la enseñanza obligatoria los gritos se elevan hasta los cielos. Me sorprende ver que llegan muchísimo más alto que cuando de un plumazo se cargaron la Filosofía de los planes de estudio. Mas bien pareciera que hay mucha gente interesada en que creamos pero muy poca interesada en que pensemos. Y eso explica algunas cosas, descorre muchos velos, enciende todas las alarmas.