Es el momento de decir basta. Miro a mi alrededor y no veo más que escondites y excusas: pensé que, creí que. Ya está bien. Sé que clamo en un desierto de ruido y luces de neón, sé que mis palabras se pierden entre disfraces y promesas, pero si me callara formaría parte de este absurdo al que falsamente llamamos estado de bienestar.

Me pregunto dónde están los valores de nuestros abuelos, dónde los sueños que nos guiaron, dónde el futuro para el que nos preparamos. Hemos renunciado a casi todo a cambio de la miseria de sentirnos cómodos con nuestro espejismo. La gente no tiene palabra, no tiene respeto, no tiene verdad. Nos dijeron no te quejes y aprendimos a callar, nos dijeron no molestes y aprendimos a esquivar, nos dijeron no discutas y aprendimos a encajar. Eso se nos ha dado muy bien, tantas tonterías aprendimos que olvidamos que no es lo mismo ser que parecer.

Ahora todo es depende. Puede que sí, puede que no, puede ser. Ya nada es autentico o singular. Nos creemos más libres que nunca pero somos esclavos de la misma tienda de ropa, la misma música, el mismo aspecto, las mismas marcas, el mismo teléfono, el mismo deporte, la misma cadena de televisión, más de lo mismo. Antes no había tanto y la gente se definía, ahora hay de todo y la gente se agolpa.

Entre el miedo, lo políticamente correcto, la incultura y la vagancia hemos llegado al punto de que nos da todo igual, y claro, así nos tratan, como a inútiles abducidos por el qué dirán. Indolentes y cosificados.

El compromiso. Dónde está el ser fiel a una ideología y compartirla sin complejos. Por qué hay que esconderse para ser normal. Parece que si no provocas nadie te escucha o que si no llamas la atención no eres tenido en cuenta. Por eso gana el escandaloso, por eso reinan el vociferante y el estrambótico. Pero qué pasa con el equidistante, con el sereno, con el objetivo, con el consecuente. Somos más de lo que parece, pero nuestra voz se ahoga entre tanto relativismo. Nos dicen que ya nada es blanco o negro, y por tanto nos quieren convencer de que nada es cierto o falso, qué peligro. Si nada es verdad o mentira entonces todo vale. Esa es la gran trampa del S.XXI, decir que todo vale. Pues yo me niego. Duda metódica si, crítica destructiva no.

Seré un raro pero a mí me gustan las cosas en su sitio, saber a qué me atengo, entender lo que se me dice, responder de mis actos y que el que venga se adapte como lo hago yo cuando voy. Me gusta que lo salado no sepa a dulce, que el que la hace la pague, que el que me hable no me mienta y que el que gobierna no me robe. Me gusta que el esfuerzo sea recompensado, que sepamos que no todos somos iguales, que se respeten los credos, que dos sigan siendo más que uno, que las cosas claras y el chocolate espeso, saber que mi cultura es la que es, que lo claro aporte más seguridad que lo difuso, y tener muy presente que no se puede callar ante la provocación.

Empezamos por vendernos barato, seguimos por avergonzarnos al mirarnos a los ojos, a continuación aceptamos ser rebaño y al final hemos acabado dando las gracias porque nos maltratan sólo de vez en cuando.

No se ustedes pero yo estoy cansado de tanta mentira. Ya está bien, no todo es relativo, no todo vale.