Cuando Pablo Iglesias y Podemos penetraron en la vida pública, justo después de las europeas para las gentes que piensan a través de la escritura y un poco antes en el caso de los que encienden el televisor, muchos analistas se extrañaron de que un partido surgido de la nada, o de las tertulias dementes de algunos programas, que consecuentemente son también la nada, aunque encolerizada y conservada en formol, consiguiera de súbito más de un millón de votos y hasta viajar gratis a Bruselas sin la incomodidad de tener que echarse a toda prisa una novia rica y Erasmus. Y más en unos comicios que de manera inversamente proporcional a su importancia se caracterizan por despertar menos entusiasmo que Jara y Sedal. Muchos buscaron explicaciones en el últimamente menoscabado poder de la tele y la españolísima tendencia a desaguar; al igual que pasa en Andalucía con el ocultamiento del voto al PSOE existe mucho tarado izquierdista que decide pasar su tiempo libre mirando de soslayo los debates cafres de los canales de la ultraderecha, como también bastante público facha que le da por conectar con Wyoming y hasta otear las misas negras con las que posiblemente se entretiene a deshora nuestra juventud. Ni a unos ni a otros se le ocurrió pensar en lo más evidente; de Iglesias y de Errejón se desconoce su capacidad en la gestión, pero nadie podrá dudar de su talento como publicistas. En los últimos años, con permiso del Yes We Can, no ha habido fenómeno comunicativo, a excepción del papa Francisco, más eficaz. La prueba definitiva está en esta nueva etapa de coexistencia desfavorable con Ciudadanos, en la que Iglesias, enflaquecido en las encuestas y a ratos descreído, incluso, de sí mismo, ha sabido conservar su protagonismo en los medios. Sin cargo institucional alguno y poco margen de gobierno en solitario, el líder de Podemos da la impresión de seguir siendo noticia a cada instante y ser reclamado para las fotos por las visitas internacionales, todo lo contrario que Rajoy, de cuyas ruedas de prensa se sale como los periodistas que cubrían la información de la Corona y tenían la suficiente dignidad estilística como para no interesarse por la ropa ni por la felicidad de las infantas: sin saber muy bien de qué escribir. Los nuevos partidos han ganado la partida mediática. Basta saber si con eso, en este país, se puede gobernar. Pero una cosa está clara: con Sánchez y Rajoy en un debate la izquierda y la derecha apagarían la televisión.