El otro día fui a un mitin. Me echaron por alineación indebida. El indebido era yo. Y eso que siempre he pensado que era un individuo. Resulta que no. Yo no podía permanecer allí porque esa no era mi ideología. Eso me dijo un vigilante con capa, antifaz y ligero acento noruego. Bueno, tal vez el acento noruego no fuera ligero y sí fuerte. O lo mismo era acento sueco. Yo es que cuando un vigilante con antifaz me expulsa de un mitin me pongo algo torpe a la hora de distinguir los acentos nórdicos. Incluso el danés, que aunque nórdico de cultura es un país que no está en la península escandinava. Bueno, el caso es que el juez de las ideologías había tramitado una ficha de exclusividad sobre mi persona. En síntesis, yo sólo podía aplaudir al candidato de mi ideología. Nunca a otro. Tampoco podía criticar nunca sus propuestas. Pero eso fue hace años, así que yo me había olvidado. Y estaba en casa tomando un martini y viendo el rugby cuando me telefoneó un amigo y me puso al tanto de que la campaña había empezado. Hay un mitin aquí cerca, al lado casi. Podemos llegarnos. Dicho y hecho. Llegamos a las inmediaciones del recinto y le preguntaron a mi amigo por la alineación que traía. Mi amigo me había dicho por el camino que eran unas elecciones menores, no la champion de las elecciones, más bien unas elecciones como de Copa o torneo de verano. Él dijo que sólo me había alineado a mí, dado que otro amigo que deseaba acudir había sido traspasado al liberalismo, otro más estaba lesionado del centro derecha y que el conservador lo había dejado en el banquillo por achaques de la edad y de los ligamentos. Los ligamentos es que ya se sabe.

Así que allí estaba yo, con una chaqueta nueva, camisa blanca, diez euros en el bolsillo por si luego encartaba una caña y dispuesto a coger una banderita, si es que daban banderitas. El vigilante me miró, preguntó mi nombre, abrió un cartapacio y puso cara de pícaro. Esa cara típica de cuando te envían un whatsapp picantón. Sacó su móvil. Un cronista de vanguardia diría que de última generación, pero yo juraría que era un ladrillo con teclas. Como dicen que el ladrillo está de nuevo en auge colegí que sería un señor de vanguardia. Le dieron instrucciones y me expulsó. Bueno, me echaron más bien, que es lo que he dicho al principio del texto. Me echaron porque de hecho ya estaba un poquito dentro. Un poco más y me cuelo. Al amigo que me había alineado le franquearon la entrada pero luego me contó que lo pasó bastante mal, que la voz se había corrido y que los asistentes lo miraban con cara de reproche. Alguno incluso lo conminó a dar explicaciones, aunque las explicaciones se las pidieron más tarde los dirigentes de los partidos rivales, esgrimiendo que el reglamento decía bien clarito que en estos casos se perdían las elecciones o, como poco, se penalizaba con la pérdida de tres escaños. Desde aquello mi partido renquea. Renquea mi amigo. Renqueo yo. Estoy pensando en fundar un partido que se llame El renqueo. Llegué a casa humillado y sintiéndome culpable por la sanción a mi partido. Los diez euros seguían en el bolsillo, el rugby había terminado, no quedaba martini. Mi país podría verse abocado al desgobierno, a la victoria de algún partido ultra o extra o maxi o mini. Me volvió a llamar mi amigo. Un tipo indebido en la alineación de mis amistades. Quería echarle la culpa de todo pero me dijo que con la no asistencia al mitin ya había cumplido mi sanción y que podría acompañarle al día siguiente a otro. Preferí citarlo de madrugada en los muelles solitarios. No iba a ser indebido mostrarle mi verdadera ideología.