Ganó la forma. La espectacularización del todo y el gran hermano catódico han abducido también a la política. Aquellos debates controlados y decididos por los partidos al final han sido vencidos por el entretenimiento como Capone fue vencido por Hacienda. Lo ha demostrado el debate emitido este lunes por Antena 3 entre tres candidatos a la presidencia del Gobierno y una candidata a la vicepresidencia (o ya veremos si a las dos cosas). Fue más un gran programa de entretenimiento que un debate con «factor de impacto». Un programa con gran éxito de audiencia que aún colea mediáticamente.

Los participantes, como los nominados a un «reality show», se prestaron a todo para favorecerlo. Su llegada en coche y su interminable espera, de pie, ante la presencia constante de cámaras por todas partes, fueron un verdadero programa antes del debate. El poderoso despliegue técnico y de rostros de la cadena divertía en todo momento. El contenido estuvo al servicio del espectáculo. Pero conviene no olvidar, aún a riesgo de resultar aburrido, que el contenido es lo único que de verdad debiera importarnos en un debate entre quienes van a gobernarnos. Y que el resto es, mejor o peor aplicado, brillante maquillaje.

Si ya importan sólo la forma y la estrategia, y Rajoy, a pesar de su no asistencia a un debate en el que debió estar, termina gobernando tras las elecciones del 20 D -lo que está por ver-, juguemos a divertirnos todos, a jugar, y concluyamos quién ganó o perdió el concurso televisado, o quiénes podrán seguir o entrar en la Moncloa.

Pablo Iglesias, con sus dos pies anclados sobre el suelo en todo momento y el arma de un bolígrafo en la mano, fue el que sacó más réditos electorales del debate. Referirse a las manifestaciones del 4 de diciembre de 1977 en Andalucía (muchos participamos en ellas para exigir la autonomía por la vía rápida del artículo 151 de la Constitución) como una manifestación por la autodeterminación -como le obligó a explicar un muy solvente Vicente Vallés- no parece que vaya a pasarle demasiada factura a Iglesias. Y la denuncia anteayer de ese error por parte de quien menos ganó en ese debate, Pedro Sánchez, corrigiéndole que aquella manifestación fue por el Estatuto, no va a hacerle sangre al líder de Podemos (empeñado curiosamente ahora en poder con Sánchez, al comprobar su debilidad, supongo).

Rivera va enrumbado, veloz, pero se pasó de aceleración ya que no conseguía imponerse ni estarse quieto (la televisión es también lenguaje gestual, no lo apunto sólo por jugar a esto de quién ganó o perdió).

Y Soraya, como ahora parece que hay que llamarla, iba vestida por su peor asesor, daba como un borrón oscuro en cámara por lo que parecía un abrigo que nunca se quitaba. Era raro mirarla, por eso y porque no era Rajoy. Pero en todo momento resultó obvio que es el futuro más capacitado de su partido. Esto es entretenimiento. Bienvenidos y hallados seamos todos en él...