Anda el PSOE a la gresca, de golpe uterino monoparental y casi a la napolitana, si no fuera porque aquí todos los gritos y todos los sablazos, que no son pocos y ni siquiera medio aguados, le caen siempre en la jeta a su líder, que es tan líder como lo era Juan Pablo II cuando la curia la llevaba Ratzinger. Al pobre Pedro Sánchez, que bastante tiene con sobrevivir a Felipe y a Apolo, se le multiplican los enanos, la mayoría zumbones a sueldo y a peineta bailando alrededor de Blancanieves. Que el PSOE iba a morir por implosión era algo que todos sabíamos desde el manierismo chic de Miguel Boyer, no demasiados años después de la perestroika. Faltaba conocer la puntilla de autor, que en España, país sangrante y necrófilo, sólo podía venir con estoque y traperío del sur, de lo peor de sur, en liturgia salvadora de grana y oro. Y eso, en tanto que andaluz y habitante descuajeringado de la tierra, me resulta afrentoso. A mí, dicho casi en fandango, no me duele el PSOE, me duele Andalucía, que es, en puridad, justamente la comunidad y la cultura opuesta a la que vende Susana Díaz en los novelones de plató de Canal Sur y la hoja de asuntos internos y orgánicos. Susana Díaz es una folclórica que es a lo andaluz lo que las folclóricas al flamenco: una usurpación, una negación de la esencia y un sucedáneo amalgamado en la captura fácil -y denigrante- del tópico. Con los errores y el subdesarrollo histórico y erradicable de Andalucía, la presidenta se hace una bata de cola que ejerce de panoplia, de manera que toda crítica a la política irresponsable de la comunidad es tomada como un sacrilegio y un desdén identitario. «A mí me dicen que tengo muchos parados», la oí decir en su último mitin en Málaga. O sea, que los parados, son suyos, de ella. ¿Qué va a ser lo próximo? ¿Jugárselos al póker? Se olvida la presi, en su delirio latifundista, que andaluces son muchos y de muchas partes, y que a ella nadie la encontró ni siquiera por la calle, sino en San Telmo, hablando con Griñán y ahora con un partido nuevo que más que nuevo parece viejo y palmero de los de linaje. Si Chaves, que los dioses y, sobre todo, los jueces le asisten y apuntalen, hubiera hecho lo mismo, con sus miles de votos de diferencia, todos en la comunidad hace tiempo que seríamos de los ERE y hasta calvos. Pues así está el asunto de las alianzas. Obrero es el que se lo trabaja. En líneas domésticas y generales.