Se han vendido décimos que luego han resultado premiados en El Niño en una administración de lotería que está a dos pasos de mi oficina. Puedo certificar entonces que la suerte me ha rozado. Que existe. Que se mueve entre nosotros escurridiza, ora sibilina, ora descocada. Que no me tiene antipatía y que sea yo tal vez el que la esquive. Quizás la suerte estaba parada a las puertas del establecimiento lotero el otro día cuando bajé a tomar café y yo me limitara tontunamente a mirar displiciente la tal administración. En ella he comprado lotería algunas veces. Claro, no iba a comprar un submarino o un gorro siendo una administración de lotería. La lotería es el impuesto a los tontos, escribió alguien. El impuesto a los que no saben matemáticas. Sería alguien con mala suerte el que lo escribió. Que le hablen de mala suerte a los que les ha tocado un pellizco. No sé por qué le llaman pellizco pudiendo llamarle caricia. Quedaría mejor en la tele la gente con el champán y la cara de alegría declarando: estoy muy contento con la caricia que me ha tocado. Sin embargo, dicen pellizco. También son muy de decir voy a tapar agujeros. Ni que fueran un gruyere. Se nota que nos programan para cumplir con nuestro deber con el capital. O sea, te toca la lotería y en lugar de pensar primero en darte la gran vida, la que el banco se da a tu costa, vas y piensas en pagarle al banco. Justo ahora que podrías tomarle el pelo.

La suerte pasó el otro día muy cerca de mí y puede que yo la confundiera con un alegre viandante, con una parada de bus, con un colibrí o cotorra, con una paloma o con una farola. Hay grandes creyentes en la suerte. Algunos descubren pronto que trabajar duro es lo que más suerte trae. No es lo mismo la Lotería de El Niño que niño, trae lotería. La suerte no se puede almacenar, dijo Romy Schneider. A ella le tocó la lotería buena: interpretar a la emperatriz Sissi. Y la lotería mala: un infarto a los 43, que sin lugar a dudas no es una edad para morirse.

Tampoco lo es para nacer, si bien uno ha conocido casos de gente que llega a esa edad sin saber nada. Ignorando incluso que para que te toque la lotería has de comprar décimos. O billetes enteros. Uno siempre ha temido salir con cara de idiota diciendo que no me ha tocado nada pero que estoy muy contento por mis compañeros. Por eso compré lotería de mi empresa, acuñada en lejana localidad, pero no adquirí la que tenía delante de las narices.

La nariz es una cosa que siempre tiene delante algo. A veces es, pero no siempre, un olor. Puede ser la suerte o un trolebús, miel de caña, un elefante o la mujer u hombre de nuestra vida. Tiene narices la cosa. Claro que tener una bella nariz o un narigón digno de ser criticado por Quevedo es también una lotería.