Anteayer, lunes, las calles de Albacete eran una colección de almas enfiladas. Una tras otra componían filas multicolores bajo la lluvia. Bajo cada gorro, un alma cubierta; bajo cada capucha, otra; bajo cada paraguas, una, dos o tres. Algunas, descubiertas y empapadas, daban fe de que anteayer aún quedaban almas que, emancipadas por el sistema, no tenían soportal, ni voladizo, ni gorro, ni capucha, ni paraguas con que cubrirse. Pero España, anteayer, lunes, iba bien... Como hoy, sin ir más lejos. ¡Qué sí, gente de poca fe, que España va de buten...!

Desde mitad de diciembre hasta anteayer todo fue Navidad, pero anteayer el inicio de curso en España era fácilmente perceptible en la calle. Y lo era por cómo las almas íbamos enfilando nuestros andares. Las rentrées, todas, son perversas imitaciones del renacer verdadero, pero aun así, invitan al orden. En la rentrée del lunes, por ejemplo, eran perfectamente distinguibles los talantes de las almas enfiladas con dirección a sus lugares de trabajo, y los de las almas veceras que a duras penas se enfilaban ordenadamente en la puerta de la Oficina de Destrabajo. Las unas eran el día, las otras, la noche... Incluso acerté a percibir el talante de dos voluntariosos que conformaban la fila más pequeña que se despacha:

Eran dos individuos, en edad de merecer trabajo, que empapados de lluvia zigzagueaban de pared a pared por calle Feria, en sentido Este. Iban a todo meter, delante de mí. El cachigordo se quejaba porque no podía seguir el ritmo del más fibroso, que lo jaleaba para que no parara:

-Seguí, seguí, boludo, seguí... -eran argentinos-, aguantá bajo la lluvia, dale duro, que la naturaleza te bendecirá con un laburo. ¿Viste que hice un verso, viejo...? -le dijo, sin parar de correr.

Aunque la escena me activó el instinto cotilla -lo confieso- no me atreví a recabar detalles, pero juro por la cobertura de mi móvil que aquello tenía toda la pinta de ser una ceremonia secreta para darle caza a la hisopada de lluvia bendita que les concedería el puesto de trabajo... En cualquier caso, visto lo visto, para mí quedó claro que el lunes, en el terruño patrio, había ceremonias más perentorias que la danza de la lluvia. En fin, que España va bien. Que conste. ¡España va de buten...! Y mejor que va a ir...

Al hilo de mi instinto de anteayer: me encantaría tener la oportunidad de ser testigo invisible de las partiditas de piedra, papel, tijera que los aspirantes al poder patrio y sus adláteres están jugando en secreto. Sólo pensarlo, ya me pone... ¿Y si soltaran la piedra, las tijeras y el papel, y jugaran a colaborar en lugar de a competir, no sería mejor, tú...?

La verdad, cuando los veo enrocados, protegiendo sus fuertes, so pretexto de estar protegiendo el nuestro, el de todos -incluido el de los indios que los atacan-, no puedo evitar acordarme de Bertrand Russell. Y me da vértigo... Los científicos se esfuerzan en hacer posible lo imposible, y los políticos lo mismo pero al revés, dijo Russell, más o menos. Pero, aún así, ¡España va de buten...! Y mejor que va a ir... Sobre todo cuando enmendemos el merdier patrio y el submerdier catalán. Y para ello no nos vendría nada mal prestarle atención a que parte del problema del mundo es que los estúpidos estamos seguros de todo y los inteligentes somos un mar de dudas... Creo que también lo dijo Russell, pero no estoy seguro.

Toc, toc... ¿ha visto alguien algún político dudar en público fuera de las ágoras de la antigua Grecia...?

Ya de vuelta, los dos argentinos, aún más empapados de lluvia y derrengados, yacían en un portal de la misma calle. Los acompañaba un individuo que les hablaba con la vehemencia de los héroes de Esparta.

¡Que no pasa na, coleguitas...! ¡Que la lluvia no os ha escuchao porque el agua hacía mucho ruido! ¡Vosotros venid conmigo a Torremolinos, os recorréis calle San Miguel veinte o treinta veces con vuestro rollito a la lluvia, y, aunque no esté lloviendo, la lluvia os dará un curro pa tres o cuatro meses...! ¡Lo que yo os diga, troncos...! ¡Que sí, que España va dabuti...! ¡Y la Costa del Sol, aun más mejor...!

Y los argentinos, aun exhaustos, lo miraban absortos, nefelibatas, embobados...

Y yo me emocioné.