Entendí la propuesta del Rey como un deber ineludible, le repitió un recrecido Sánchez a quien la rechazó. El popular Hernando se reía. Rajoy no. Usted es un tapón para el cambio, le dijo a Rajoy. Usted, que ha sacado los peores resultados del PSOE en su historia, es el tapón para su partido, recibió como respuesta el candidato Sánchez. La minoría mayor no es una mayoría, señores del PP, pero no obviamos sus 7 millones de votantes y les tendemos la mano. «No es No» le recordó Rajoy tal y como Sánchez le negó antes de la sesión de investidura. Excepto Albert y Pedro todos se dijeron No ayer. Ni siquiera sus propios partidos se dieron el sí quiero, ya que en las filas socialistas no se aplaudió la intervención del líder de Ciudadanos, formación que es «la naranja mecánica» para el amante de Kubrick Iglesias. Pablo sí que la lio.

Mientras en Málaga se acumula basura en la calle, en el Congreso se desempolvan las alfombras. Visto sin ojos partidistas, el debate fue un debate de verdad. Todos se lo dijeron a la cara y cada uno se reivindicó como pudo, ganando y perdiendo votos en el envite. La sesión de no investidura también soliviantó al novato presidente del hemiciclo que llegó a tutear a lo vasco a Pablo Iglesias en sus tres minutos de réplica a Sánchez desde su escaño, en plena bronca de fondo cuando el líder morado osó arremeter contra Felipe González («Lo que pasa con FG es que habla él solo y todo el rato. Es el hombre conferencia» dejó dicho Francisco Umbral) Iglesias se revolvió con una rapidez temible llamando Pachi al presidente del Congreso en dos ocasiones y sin titubear. López intentó reconducir el tono, pero ya jamás será Súper López para los diputados (en la versión cinematográfica del cómic español creado por Juan López Fernández, Súper López lo encarnará el malagueño Dani Rovira, a todo esto)

Una cesión no es una derrota, insistía Sánchez, sino un puente hacia el entendimiento. Y lo acompañó de una frase de Fernando de los Ríos: La única revolución pendiente en España es la revolución del respeto. A Nadal y Moragas en la bancada azul pareció divertirles mucho. Rivera siguió serio el discurso de Sánchez, asintiendo casi en todo momento. Sabía que el protagonista también era él, sin el riesgo de quemarse ante el atril de Sánchez, que juega a doble o nada. Estamos obligados a mezclarnos, seguía Sánchez en el intento de doblegar la complicada aritmética resultante de las urnas. Pacto social por la Educación, por la Cultura, por la Ciencia; medidas para prevenir, combatir y castigar la corrupción; limitación de mandatos, independencia en la elección de los organismos públicos; reconvertir por fin el Senado en cámara territorial; un nuevo entendimiento con Cataluña; decencia, valentía, diálogo… todo lo que hace falta para conseguir una España de cuento. «Y por qué no podemos poner esto en marcha la semana próxima…», preguntaba en intencionada letanía. Y por qué no se puso en marcha en los últimos 38 años, cabe preguntarse también ahora.