El día 8 de marzo sirve de reivindicación para las mujeres trabajadoras. Hoy, por lo tanto, se impone romper una lanza por todas ellas con más fuerza, y quizás muy especialmente por las que han creado su propio puesto de trabajo a través del emprendimiento, cansadas de una vida laboral llena de obstáculos y de techos de cristal o de cemento armado.

Las desigualdades de género también existen en el mundo empresarial. La empresa ha sido tradicionalmente un mundo masculino, con protagonistas masculinos y códigos de conducta muy determinados. En un entorno de competencia y fuerte rivalidad, con mayoría absoluta de varones, la irrupción de empresarias valientes no siempre ha tenido la acogida adecuada, en términos de lealtad o simple consideración.

«Nos educan para cuidar, pero no para hacer negocios», declaraba hace pocas semanas una empresaria tecnológica de éxito a una revista femenina. Y lleva toda la razón. Muchas mujeres emprendedoras han decidido arriesgarse porque su carrera profesional topaba con dificultades insalvables. Porque la maternidad se sigue penalizando en las empresas españolas. Porque las jornadas son interminables y casi siempre es la mujer la que debe hacerse cargo de las tareas impostergables del hogar y el cuidado de los hijos. Muchas cosas están cambiando, sí, pero no siempre a la velocidad necesaria, ni con la intensidad suficiente.

Muchas amigas empresarias me han contado a lo largo de estos años sus dificultades para que las tomaran en serio, los problemas de amable condescendencia que han tenido que soportar y superar, el paternalismo, la trivialidad. No es fácil cambiar unas estructuras en las que el papel reservado a las mujeres no era otro que el de secretarias, asistentes o personas auxiliares. «Asertividad y vehemencia son actitudes premiadas en los hombres y castigadas en las mujeres», se dice en otra página del mismo reportaje citado. Verdades como puños en la España del siglo XXI.

Si la incorporación de la mujer al mundo del trabajo -consecuencia directa de las dos guerras mundiales y la ausencia de varones en las fábricas- se convirtió en un logro social, que propició un enorme avance en la emancipación de las mujeres y el abandono de un papel secundario establecido y heredado desde el principio de los tiempos, la irrupción de la mujer en el mundo de la empresa, en los círculos de negociación y toma de decisiones, puede considerarse como la subida de un peldaño más hacia la igualdad real y efectiva entre hombres y mujeres. Por lo tanto, se trata de una dinámica que deben apoyar los poderes públicos a través de políticas bien diseñadas y encaminadas al crecimiento y consolidación de un tejido empresarial femenino que demuestre que hay otra forma de hacer las cosas, también en el competitivo mundo de los negocios.

El hecho de que lleguen mujeres a la cima no quiere decir que todo vaya a cambiar de golpe: de hecho, mandatarias como Christine Lagarde (presidenta del Fondo Monetario Internacional) no parecen muy preocupadas por las desigualdades de género. Pero muchos estudios muestran que las mujeres empresarias tienen objetivos diferentes, que podríamos calificar incluso como más humanistas: desean tener más tiempo para la familia, valoran la satisfacción personal y persiguen una retribución adecuada (siempre esperan menos retorno que los hombres empresarios). Es decir, que si se diera esa traslación de valores hacia abajo, quizás podrían ser buenos ejemplos para resolver problemas como la conciliación familiar, que hoy por hoy es un problema casi exclusivo de las mujeres trabajadoras.

Todo lo que suponga una mejora de las condiciones de trabajo debe ser siempre bienvenido. En el Día de la Mujer Trabajadora todos debemos ser conscientes de las desigualdades e injusticias que aún perduran y que hay que remover y combatir. Muchas mujeres emprendedoras ya lo están haciendo. Las políticas públicas deben apoyar su esfuerzo.