No hay nada, o casi nada, como viajar para tomar distancia de nuestra vida cotidiana, y si es mejor todavía, de nuestra sociedad habitual, para tomar perspectiva, oxigenarse, desconectar, resetear la mente y la disposición del alma. Conscientes del lujo que raramente acaece en la vida adulta de muchos de nosotros, cuando logramos disponer de un mes entero -o al menos ventiún días seguidos, para que le dé tiempo al cerebro a modificar sus circuitos neuronales y cristalice la experiencia adquirida- para practicar el apasionante deporte de viajar, los paisanos que consiguen tal hazaña, regresan con un halo de aventura, descubrimiento y agudeza objetiva, antes de adentrarse de nuevo en el terror de nuestra querida España, y concretamente en este caso, con latitud 36.43 N y longitud 4.25 O.

El viajero retorna a su ciudad con el firme propósito de seguir contemplándola y apreciándola con los mismos ojitos atentos, curiosos, comprensivos e incluso benevolentes que ha aplicado durante su travesía, arropado por la calma que da la exquisita sensación del tiempo libre.

Pero en sus primeras horas de reingreso en la sociedad local que le ha parido, el ya ex turista de largo recorrido, se adentra en los raíles de su cotidiano tren de cercanías. Con el corazón aún anclado en el paraíso visitado, con la mirada iluminada de esperanza y optimismo, comienza a escuchar suspiros, y al integrarse en el presente del vagón, observa su alrededor. Percibe un pesante ambiente de cansancio, oye a niños gritones diciendo las expresiones y palabrotas que le han enseñado -queriendo o sin querer- sus propios padres, compañeros de clase o alguna serie televisiva mega progre, socialmente hablando. Paisanos que se han abandonado a sí mismos, que han regalado sus ilusiones a la decepción, y caminan con los hombros encogidos, descuidando el arte del buen vestir, el sutil poder de los aromas, la influencia de los colores en nuestro estado de ánimo, y el placer, en definitiva, de ir limpito con las clavículas abiertas a la vida y la barbilla dignamente colocada.

El gris del continente cobra sentido materialmente, los tópicos de la vieja y cansada Europa amenazan con personificarse en nosotros mismos, si nos dejamos caer abatidos en las garras del tiovivo de noticias indignantes, escándalo tras escándalo, que va mermando gota a gota -como el legendario martirio chino- nuestra fe en el ser humano por culpa de especímenes deshonestos que desacreditan la vocación profesional de otros muchos, que existen, aunque no sean tan notorios.

Igual que la paleta cromática con la que pintamos nuestra libertad de pensamiento y acción nos pertenecen, somos absolutamente responsables a la hora de conducir y vehiculizar nuestra atención, nuestra conversación, abrir o cerrar la cancela de nuestra parcela más privada, cuando y para quienes queramos. Sin necesidad de suspirar con anhelo por lo que podemos tener en nuestras manos.

@RocioTorresManc