Están saliendo ahora, en este trance en el que se encuentra el país, muchos casos de corrupción a la vez, muchos juicios, y hay quien ve detrás de esto una mano negra. Yo lo que veo es mucho corrupto.

Los socialistas creen que no es casual que Chaves y Griñán tengan que declarar en esta época. No se paran a pensar que ninguna época les iba a venir bien. Los populares creen que lo de Rita Barberá y otros casos afloran ahora en su máxima expresión, como los almendros a final de febrero, porque toca formar Gobierno y todo es una conspiración para debilitar las opciones del PP. Teniendo en cuenta que Rajoy rehusó formar Gobierno cuando se lo encargaron no sabemos por qué ahora hay que deducir que quiere hacerlo y que no quiere elecciones nuevas.

Los que roban ahora se quejarán de ser enjuiciados dentro de diez años, cuando a lo mejor su partido esté en trance de formar Gobierno. Puede que seamos muy inocentes pero nos resistimos a pensar que los jueces bailan al dictado de los políticos. Incluso se nos hace complicado creer que siendo tan serios bailen. Incluso en un cumpleaños o comida de empresa, que no sabemos si los jueces tienen de eso. Lo que sí hacen los políticos muy bien es nombrar a los jueces que habrían de juzgarlos si trincan. O sea, un aforarse. Es decir, un privilegio medieval impropio. Una vergüenza.

El Telediario es un continuo pasar de políticos empurados por supuestos amigoteos y pringues y corruptelas. Mamandurrias, trincalinas, financiaciones irregulares. Parece que en España nunca se ha robado tanto y sin embargo lo que ocurre es que ahora se roba lo mismo pero hay más canales de televisión. El abogado de Griñán denunció que el PP ha ejercido presiones para meter prisa a los jueces. Si calibramos que se le juzga por algunas cuestiones que tienen una década no sabemos qué habría pasado si los presionan para ir lentos. Chaves y Griñán son personas honorables que no se han llevado a su casa una peseta, pero son responsables políticamente de un sistema de subvenciones que siendo serios sólo puede calificarse de puro cachondeo. Un descontrol más grande que el que tendría el directivo de una tabacalera vigilando que la gente no fumara. De la pechá de humo, ni se vería.