Llegó tempranera y sigilosa. Los que la vieron llegar dicen que fue el pasado domingo, a las 04h30. Yo no estaba allí, porque, para la gente «decente» -como dice don Pablo Iglesias, el empoderado de la primera persona de plural de presente de indicativo del verbo poder-, esas no son horas para ver llegar a nadie, ni tan siquiera a la primavera. Pero, ya se sabe, en esta viña hay gente para todo... Sin ir más lejos, hoy, un vecino cotilla me ha contado que él vio cómo la primavera llamaba a mi puerta el domingo. Toc, toc, toc, tal que así, dice. Y cuenta que al ver que nadie le abría, entró sin llamar. Ella puede.

Hablando de entrar: si todos nos tomáramos la licencia de entrar -llamando o sin llamar- en las estancias del sentido común y nos aposentáramos en él, menos vergüenza sentiríamos en este país y en esta Europa, en las que la politiquilla mantiene a la política con mayúscula prisionera en la madriguera de la amnesia. Una madriguera cada día más y más llena de niños, jóvenes y abuelos hacinados tras la alambrada que los condena a la desigualdad más degradante. Cuando el sistema prevalece sobre la persona, pregunto: ¿para qué sirve el sistema?

Yo, a la primavera, aunque nunca la veo llegar, siempre la percibo pronto. Esta vez la sentí el mismo domingo, a media mañana. A mi pluma -la de escribir, que la otra aún no me reclama-, la percibí inquieta, incómoda, impaciente..., aunque reposaba inmóvil sobre la mesa. Así que la así amorosamente y, al desenroscarle el capuchón, sentí cómo se relajaba, y ahí lo supe: la primavera había llegado. Después vi como le crecían pistilos y estambres blancos en el plumín. Una hermosura... Y primorosamente volví a dejarla sobre la mesa, sin capuchón, para que su plumín retozara con la luz del día. Y, como todas las primaveras, Neruda compareció. Y, con él, su pensamiento, que me reafirma en que cualquiera de nosotros -o todos juntos- podremos cortar todas las flores, pero nunca podremos detener la primavera. Grande, grande, grande, Neruda.

A pesar de la primavera y de Neruda y de los influjos de ambos, esta primavera se me antoja distinta; tanto, que hasta pudiera ser una primavera despreciable. Si nuestros agitados aspirantes al poder patrio nos empujan a otras elecciones, los votantes tendremos que entender que nuestros dilectos próceres nos están diciendo a la ciudadanía que somos unos inútiles, que no supimos votar, que en diciembre lo hicimos mal, muy mal, requetebién de pésimamente de mal... ¿O, acaso, con su actitud nos están diciendo otra cosa?

¡Caray, si sus señorías no quieren amancebarse, ni transitoriamente siquiera, ¿quiénes somos nosotros, los ciudadanos votantes, para empujarlos a ello...?! ¡Hay que ver cómo somos, tú...!

Así las cosas, si la nueva votación se produjera, algo en el polinomio sería despreciable. Y, francamente, no creo que fueran ni la primavera ni Neruda. Así que, pito, pito, gorgorito…: ¿seremos los votantes...?, ¿serán los votados...? Si la situación fuera un chascarrillo de Groucho Marx sería descojonante y desternillante y desopilante, pero sin Groucho la cosa es triste y penosa y lamentable... ¿O no?

Por el contrario, la primavera turística se presenta bien, muy aproximada a lo que siempre debería ser; mucho menos complicada que la primavera electoral, aunque, lo confieso, a medida en que nuestro posicionamiento crece por circunstancias ajenas a nuestro mejor hacer, crece mi inquietud y supongo que está creciendo la de nuestras fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. La demasiada sangre a nuestro alrededor, nuestra indemnidad y la teoría de la probabilidad me intranquilizan. Pero mejor ni mencionarlo…

También me inquieta nuestro plan de acción, el andaluz, que aun todavía otra vez va a ser lo más de lo más, lo mejor de lo mejor, lo nunca visto, señoras y señores, pasen y vean el mayor espectáculo del mundo... Cuando nuestro consejero de Turismo lo anunció, aún era invierno, es verdad, pero su luz vendrá en primavera. El tono de nuestro consejero ha seguido la estela de todos los consejeros. Nihil novi sub sole. Ahora, entre otras cosas, toca verificar la intención, la novedad, la profundidad, los plazos y la sostenibilidad del proyecto.

A veces, cuando escribo, no sé..., percibo que no todas las verdades son para todos los oídos... Y acabo de percibirlo ahora. Ya veremos...