Estos primeros días de nuestra Semana Santa han estado embargados por el engorroso término de la inestabilidad. Sí, por ese estado signado por la inseguridad, la inconsistencia y el desequilibrio, proporcionando al sujeto una oscilación entre la alegría y la tristeza, la aceptación y el rechazo, el temor y la aceptación, la sorpresa y la ira. Esos cambios emocionales pueden llegar a ser radicales y una fluctuación continuada de estas agitaciones conduce a los individuos a una ansiedad persistente.

Ese desasosiego en la actualidad viene muy determinado por la incertidumbre política e institucional y su repercusión causa-efecto entre la vacilación dirigente, generando un desgobierno indefectible, y el comportamiento económico resultante. De ahí, puede entenderse en algo la coyuntura alarmante de violencia padecida por nuestro entorno y el comportamiento irracional de muchos de quienes adoptan la vehemencia y la sinrazón como fórmula lamentablemente rutinaria - el caso del apuñalamiento del jugador de fútbol del Ahaurín de la Torre B es deplorable y desconsolador-.

Las circunstancias generadas por la continua alerta en la que vivimos en todos los ámbitos: local, nacional e internacional - los dramáticos atentados de Bruselas de ayer- me hacen reflexionar amargamente sobre el pensamiento del psicólogo social y filósofo humanista Erich Fromm. Éste plantea dos fuerzas que impulsan al ser humano: la primera es amar a la vida y crear (la biofilia); la segunda es la siniestra y antagónica, la necrofilia, surgiendo cuando el hombre se inclina hacia el egoísmo, e implica la soberbia, la codicia, el ansia de destruir y el odio a la vida. Inmersos en La Pasión según Málaga, y atendiendo a la máxima de Fromm: «El amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos», les deseo este buen tiempo para aplicarlo.