La federación andaluza del PSOE parece ser la única que no está conforme con las intenciones de Pedro Sánchez de retrasar el congreso federal. Ayer, Juan Cornejo, secretario de Organización, afirmó que van a esperar a oír las razones, el por qué de ese retraso. Y que entonces decidirán. Es decir: los socialistas andaluces quieren que, ya que Sánchez va a retrasar el cónclave por su conveniencia, al menos lo diga y lo verbalice: no me conviene nada que me quitéis la secretaría general. El tema es que a Susana Díaz no le viene bien este cambio, claro. Estos días estamos leyendo titulares en los que se afirma que los barones no quieren que el PSOE gaste fuerzas en lo orgánico teniendo como tiene que emplearlas en formar Gobierno. No pocos de los que dicen esto siempre lo dicen, incluso cuando no hay Gobierno que formar. Lo dicen porque retrasar un congreso es retrasar su posible marcha o puesta en cuestión o porque una votación democrática para elegir a un líder les viene fatal. A los socialistas andaluces, bien es cierto, también les viene un poco fatal que a Sánchez le vaya bien. No se lo pueden quitar de enmedio.

Se avecinan ejecutivas y comités federales nervudos, bulliciosos y nutridos, de esos que luego salen en los telediarios y hasta parece, y si no lo parece lo dice la voz en off, que ha habido un vivo debate. No sabemos cómo serán los muertos debates, si bien en ciertos lugares los llaman monólogos. Pedro Sánchez trata a la desesperada de seducir al socialismo andaluz, que por su parte parafrasea al Evangelio: una palabra tuya (de Susana) bastará para lanzarme.

A los enemigos de Pedro Sánchez, a los de fuera del PSOE nos referimos ahora, le han puesto un argumento en bandeja: no puede manejar su partido, no lo quieren ni los suyos (del sur peninsular), como lo van a querer de presidente los demás. El PSOE se enfrasca en lo que casi mejor se le da: la guerra interna y con eso da para columnas y noticiarios, para tertulias de bar y para especular en torno al futuro de Susana Díaz. A esta hay quien le recuerda los horarios del ferrocarril. O sea: este tren no te pasa otra vez en la vida.

La civilización de un país se mide por el cumplimiento de los horarios de sus transportes públicos, nos dejó dicho Chesterton, que sería incapaz pese a su ingenio de predecir cuándo le pasará el próximo a la lideresa del socialismo bético, que a su vez es improbable que sepa si todo lleva indefectiblemente al descarrilamiento. Las metáforas basadas en raíles siempre son socorridas, dirá el lector cómplice pero no por eso exento de espíritu crítico, pero no es menos cierto que nos sirven para eludir las náuticas, en plan navegar, llegar a buen puerto, gobernar el timón, etc. que son más como para columnas profesorales o de tesis o pontificantes que necesitaran de aire literario para no resultar como kilo de pepino, o sea, indigestas.