Mientras me estremezco cada vez que escucho una nueva canallada relativa a la concreción de la lamentable Ley Mordaza y al tiempo que me indigno sobremanera cada vez que alguno de los nuevos iluminados se ríen de cualquiera porque ese cualquiera no piensa como ellos, estaba yo dándole vueltas el otro día a que se ha instalado definitivamente la crispación política en España. Ya ha salido la salsa rosa de los platós de tertulias políticas y a todos nos salpica la recurrente y progresiva politización de la vida pública y privada, algo que no es malo, antes al contrario; lo que sí deja claro la baja calidad democrática que tenemos en este patio de Monipodio es la crispación, el odio visceral de unos cuantos conversos en relación a los que el resto somos poco más o menos que fascistas de mandoble y misa diaria porque no se piense como ellos. Yo estoy en contra de los desalojos, apoyo la dación en pago y los alquileres sociales, deploro el asqueroso rescate de la banca y me gusta que cada cual haga lo que mejor vea con su vida siempre que no invada o agreda a los demás, pero al parecer es incompatible pensar así y decir que lo que está ocurriendo en Venezuela es una vergüenza sin parangón y que me parece que sacar a pasear a Otegui es un daño innecesario para quienes perdieron, durante años, a sus familiares y seres queridos en un absurdo conflicto creado por cuatro mentes calenturientas que planeaban segregar a una de las regiones más desarrolladas económicamente del país; estoy a favor de que los catalanes voten si quieren irse, pero en contra del pisoteo continuo de los símbolos de otros fijándose únicamente en los suyos; deploro la violencia de género y los rancios chistes sobre mujeres, creo que no debe enseñarse religión en los colegios -salvo que los padres lo elijan-, me da asco la corrupción generalizada que parece haberse instalado en las entrañas del sistema y lamento que la partitocracia haya sustituido a la democracia real, pero no entiendo por qué hay que ocupar siempre el centro de la foto para defender tus ideas en el Congreso, ni me gusta el aire antisistema que transmiten ciertos partidos que, usando técnicas de comunicación novedosísimas sólo tratan de vender un ideario viejo, rancio y aislacionista. Apoyo a los trabajadores y lamento profundamente cada declaración del presidente de los empresarios buscando horadar aún más los derechos de la gran clase media española, pero no me gusta que haya gente que ocupe casas por la cara mientras el resto las tiene que pagar. Toda esa superioridad moral de unos cuantos, incluso entre quienes reparten carnés de qué es ahora ser de izquierdas, me parece lamentable y escandalosa.