Me dice un pajarito que uno de los responsables de un partido político le pidió el recuento, hoja por hoja y mesa por mesa, a la Junta Electoral Provincial y que eso hizo que dieran las tantas contando votivos en las generales del 26J. Quien me lo dice lo hace asombrado por el hecho de que se desconfíe tanto de la democracia, del sistema y de quienes deben garantizar un correcto uso del sufragio en uno de los días más importante del país, y recuerda que el órgano está controlado absolutamente por magistrados y jueces que, otra cosa no, pero fieles notarios de la realidad sí que demuestran ser a diario en su trabajo. Quien me cuenta esta anécdota habla de que el proceso democrático, desde el nombramiento de los vocales y presidentes, la presencia de los apoderados, etcétera... está tasado y milimetrado, y que el mismo sistema informático escupe las mesas que arrojan un resultado extraño o raro, con el fin de que se pueda investigar en concreto el asunto a ver si es que ha habido un recuento que no sea del todo legal. Hasta ahí, la reflexión de la fuente. La mía es la siguiente: si quienes se van a dedicar a la cosa pública tienen paranoia persecutoria y no son capaces de aceptar los legítimos resultados que salen de las urnas, ¿cómo piensan que la ciudadanía va a confiar en ellos? El representante, para más señas, era de uno de los nuevos partidos que ahora nos van a salvar de todos los males y a rehacer una Constitución que muñeron un montón de vejestorios fascistas para que todo siguiera igual cambiándolo todo (Lampedusa es socorrido, lo sé). Tal vez ahí esperaría encontrar alguno de ese millón y pico de votos que se perdieron como aquel barco velero cargado de papas que cruzó la bahía, que dirían El Selu y su chirigota parodiando a la Pantoja (¡vaya ejemplo!). Mal vamos, la verdad. Tampoco es que me guste el resto del monte, ya que ahí poco orégano puede encontrarse, pero parece difícil que un partido que habla de que sólo existan medios de comunicación públicos y que ahora expende carnés de demócrata pueda llegar al poder desconfiando de todos y mirando desde las esquinas del aire como si esta democracia que les ha hecho grandes sea la que les impide, ay Señor, tocar la gloria del poder real para hacerse con la jefatura de los espías, los polis y otras materias chachis para hacer política social (¿o no era eso?). Como ya he dicho: ni unos ni otros -salpicados por el fango de la corrupción sistémica- están a la altura ahora ni lo estuvieron en la anterior legislatura. Tenían que haber podido fabricar un Gobierno cuyo jefe hiciera algo más que mascar puros y leer el Marca, pero qué carajo: esto es España.