Si les digo que a mí los toros, como que me dan igual, probablemente les importe bien poco. Como a mí la fiesta nacional, estamos de acuerdo. Reconozco sin pudor, sin embargo, que durante mis primeros siete días de vacaciones, cinco minutos antes del inicio de cada uno de los encierros de San Fermín, ahí estaba el tío delante de la pantalla para ver correr al personal acosando y siendo acosados por Fuente Ymbros, Miuras y Cebadas Gagos. Tremendo madrugón para dos escasos minutos de placer visual. ¿Mucho esfuerzo para poco beneficio? Puede ser, pero no es nada nuevo.

En el eterno debate taurino no me verán encenderme por si las corridas de toros se celebran o se dejan de celebrar, aunque si me dicen que la plaza de La Malagueta sólo se utilizase de ahora en adelante para conciertos de Diana Navarro, para fiestas gastronómicas en las que poner en valor los productos autóctonos y beber mucha cerveza, y para exhibiciones de la policía nacional ante los alumnos de los colegios de la provincia, pues mira, tampoco estaría tan mal. Estando como estamos, sin Gobierno y sin pinta de que vayamos a tenerlo en breve, con unos Juegos Olímpicos en Río de Janeiro con horarios intempestivos que me van a robar horas de sueño, con una inseguridad tal a nivel internacional que ya uno duda hasta de si ir a ver los fuegos artificiales de la feria va a suponer jugarse la vida... con todo lo que está cayendo ultimamente, la supresión de la fiesta nacional me importa tanto o más como de qué color se tiña el pelo Leo Messi. Ahora bien, una cosa son los toros, y otra el Toro de la Vega, desde el pasado jueves rebautizado como el Toro de la Peña. De las costumbres chungas, retrógradas y medievales que tiene nuestro país, probablemente esta sea una de las más lamentables y cobardes y que por fin se ha adaptado en parte a los tiempos y a la ley, prescindiendo a partir de ahora del puteo con lanzas y la muerte del animal a partir de su próxima edición el 13 de septiembre. Habrá fiestas guapas por toda la piel de toro, valga la redundancia, como las del vino en Haro o la tomatina de Buñol, como para tener que dar lustre al maltrato animal, a caballo y con lanzas propias de una justa de Juego de Tronos, en forma de fiesta declarada de Interés Turístico Regional. Desconozco la cantidad de turistas que llegan a la localidad castellanoleonesa de Tordesillas a primeros de septiembre, pero no veo el interés más allá del morbo en unas imágenes llenas de sangre, polvo y muchos animales alrededor de otro agonizante que, cómo será la cosa, seguro que firmaría estar en ese preciso momento delante del capote y la espada de El Juli o de José Tomás.

Se ha dado el paso, por fin, y en la edición de este año el Toro de la Peña acabará mareado, extrañado y asombrado de lo que se forma a su alrededor. Pero acabará, y no está mal que viva para contarlo.