El invierno se mide en palabras, del verano solo sobreviven las imágenes. Las fotos estivales de Pedro Sánchez en pantalón corto son un escándalo, porque están tomadas en Ibiza. En cambio, las imágenes de Rajoy en pantalón corto suponen una bendición, porque han sido captadas en una geografía para todos los públicos. La intención declarada en los reportajes sobre el veraneo del secretario general del PSOE era reprocharle su frivolidad, nada bueno podía esperarse de dicha isla. A pocos ha parecido importarles que de allí surgiera el pionero diputado autonómico ecologista en toda España. O la primera senadora aupada por una coalición de fuerzas progresistas, en un pacto que el líder socialista se niega a explorar en el Congreso.

Sánchez ya veraneó de más joven en Mallorca, antesala del infierno, con lo cual iniciaba el sendero hacia la perdición ahora consumada. El líder socialista empeora su intención criminal de votar en contra de Rajoy, al disfrutar del verano en una isla diabólica que le desacredita absolutamente para encabezar al PSOE. Se cuestiona con razón la validez de cualquier enunciado político formulado desde Ibiza. En ese lugar hubiera resultado ofensivo incluso que Sánchez mostrara su arrepentimiento para arrojarse en brazos del PP.

La discriminación de Ibiza resulta curiosa, para quienes tengan la desgracia de poderse remontar hasta el verano de 1990. Un debutante José María Aznar alcanzó aquel año la mayoría de edad política como pregonero de la moda ad-lib de matriz ibicenca, ahí es nada. Estaba apadrinado por la princesa o lo que sea Smilja de Mihailovich. El futuro presidente del Gobierno deseaba ofrecer una visión desenfadada, que facilitara su llegada a La Moncloa, aunque para evitar exageraciones recordó que Ana Botella le compraba la ropa en El Corte Inglés. Si revisan las hemerotecas, la estancia de Aznar en Ibiza se saldó sin escándalos ni sobresaltos dignos de mención. España era entonces todavía un país orgulloso de su modernidad sin fronteras.

Ibiza es pecado, el infierno más caro del mundo. Sánchez no puede implorar la redención de este sonrojante delito. Tampoco puede alegar que también Felipe González y su segunda esposa han disfrutado de la isla durante veranos, sin que ningún analista político recurra a este argumento para cancelar las pretensiones felipistas de que el PSOE se convierta en la marca roja del PP. Es preferible no imaginar los improperios que hubieran caído sobre el Sánchez, de haber llegado a la isla en un avión privado, para instalarse en una mansión junto a un acantilado y navegar en un velero de 18 metros, por citar tres de las características descollantes de los veraneos de su predecesor en el averno ibicenco.

A diferencia del felón Sánchez, un padre de la democracia como Adolfo Suárez jamás hubiera incurrido en la atrocidad de veranear en la indeseable Ibiza. Pero desgraciadamente también lo hizo. Pasando por alto el drama jamás aclarado de que Amparo Illana se encontrara en la isla blanca con amigos cuando su marido fue proclamado presidente del Gobierno, lo cual obligó a un precipitado desplazamiento a Madrid por tierra, mar y aire, el primer inquilino de La Moncloa veraneó en la costa ibicenca durante 1978 y 79. A nadie se le ocurrió sentenciar que esta decisión tambaleaba la transición. Al contrario, su descanso con yate incluido se interpretó como una adecuación a los nuevos tiempos.

Después de sus vacaciones con declaraciones en Ibiza, el intolerable Sánchez no puede permitirse unas terceras elecciones. Sus adversarios invertirían la campaña entera en afearle su deleznable elección veraniega. Durante el debate televisado, Rivera le reprocharía su comportamiento mostrándole ante las cámaras un mapa de la Gomorra ibicenca, al igual que en junio confrontó a Rajoy con los papeles de Bárcenas. De hecho, los mensajes de apoyo al icono de la corrupción son una bagatela, frente al vínculo pitiuso del secretario general socialista. De nada le serviría contraatacar con la saga intachablemente conservadora de Abel Matutes, ni mucho menos con la elección sincronizada de Ronaldo y Messi. El PSOE intentaría recordarle al PP sin éxito que la isla blanca ha aportado al político con una mayor condena por corrupción de la historia, y que no era precisamente de izquierdas. En fin, los menos se hundirán en la nostalgia de una España más ibicenca y menos otoñal, que vuelva a vincular la democracia con una fiesta. Porque no todo lo que ocurre en Ibiza es satánico, pero sí todo lo que hace Sánchez.