Soria renuncia a su candidatura al Banco Mundial para no dañar»... Así rezaba el titular ayer en el periódico. Hasta ahí medio bien, teniendo en cuenta la escandalosa elección de su candidatura y el increíble momento político en que la hemos conocido.

Pero el titular sobre la renuncia del exministro Soria no terminaba en el infinitivo «dañar». Porque su renuncia no expresaba el deseo de no hacer daño, y punto final. Si así hubiera sido, quizá habríamos pensado que Soria no quería dañar la imagen de España en el mundo postulándose al cargo, que fue sólo un arrebato para suturar su orgullo herido tras haber mentido y caído tras su patinazo «offshore». Si así hubiera sido, quizá habríamos pensado, incluso, que tampoco la llamada Comisión de Evaluación de Candidaturas a las Instituciones Financieras Internacionales (que no está en el organigrama de la Administración Pública del Estado y la componen altos cargos a la orden del Ministerio de Economía) quería hacer ese daño al proponer para la dirección del Banco Mundial a quien, siendo ministro, negó los negocios de su familia en paraísos fiscales y tuvo que dimitir por ello (nunca antes de que fuese descubierto en la investigación sobre los llamados papeles de Panamá). Ni Soria ni Guindos ni los gerifaltes del Ministerio de Economía querrían hacer ese daño, por tanto, ni dañar la delicada credibilidad actual de la democracia española para sus votantes más escrupulosos ni, tampoco, querrían hacer más daño aún a su propio partido del que el propio PP ya se ha hecho a sí mismo, y del que les está haciendo a quienes dentro de sus propias filas se afanan en evitar que el moho de la corrupción les manche y desactive su actividad política.

Pero es que el titular completo era: «Soria renuncia a su candidatura al Banco Mundial para no dañar? a Rajoy».

En el poder los amigos son lo primero. La insistencia en que Soria no está imputado y en la idoneidad de su currículum, obviando su cualidad moral, evidencia que demasiados políticos, en ese mundo aparte, siguen sin enterarse. Felizmente, España aún no se ha arrojado en los brazos, si es lo que quieren, del «todos roban pero los míos menos». Una parte importante y necesaria de los votantes no lo ha hecho ni lo hará. Y para esa parte inscribir empresas en territorios donde no se tributa es robar a la patria, esa palabra que tanto nos gusta, gusta tanto. Y para esa parte, que eso lo haga quien ha mentido sobre su falta mientras utiliza nuestro poco o mucho dinero de los impuestos, ese dinero que entregamos confiados para que pase en la decisión definitiva de su destino público por sus manos, ni es fiable ni adecuado ni tolerable.

Cuando, con 170 escaños conseguidos a pesar del lastre de su teléfono móvil en su bolsillo, Rajoy ha demostrado que sin papeles es hoy el mejor parlamentario del Congreso; él, que anduvo de Madrid al cielo, ha decidido, tarareando el Camino a Soria de Urrutia mientras marcha por el monte, darle aire a un asfixiado Sánchez y que su gente vaya de Soria al suelo.