Sí, amables lectores, cuando pensábamos que nuestro meteorólogo más cercano nos estaba gastando una broma al decirnos que el verano se iba a prolongar unas semanitas más no le creímos o, para que el demonio no se salga con la suya, no quisimos creerlo. ¿Por qué? Sencillo: acabábamos de sacar la ropa de otoño-invierno de nuestros respectivos altillos y habíamos guardado la de verano. Estoy segura de que me diréis que habíamos actuado con precipitación, con mucha precipitación, pero, compréndannos, este finde ha tenido la culpa: habíamos visto varias películas en las que no paraba de llover y seguimos la sabiduría que emana del refranero español: «Allí donde fueres, haz lo que vieres». Y lo hice. Tan simple como eso. «Ahora ¿qué?», me pregunté ante el estropicio que había cometido. «Esta es la cuestión», me contestó el mendigo que dormía en el descansillo del banco. «¡Europa, Europa, ¿qué te estamos haciendo?». Y ella me contesto: «Estoy atendiendo otras cosas más importantes». ¡Pobrecilla! Los siglos tampoco le pasan en balde.

Bueno, amables lectores, no quiero ponerme muy ñoña. No es que sea malo, todo lo contrario, pero muchas veces la gente abusa de sus semejantes haciéndose pasar por bobita/o. ¿Les suena? Les prometo que para mí es uno de los pecados imperdonables. Emplear esos métodos para conseguir lo que no has podido conseguir con tu trabajo, con tu esfuerzo, con tu buena voluntad, es para hacérselo mirar. Esta última semana ha sido para no repetirla. Voto por ello. Mucho fresco, y muchos abusones nos llevan a pensar que la gente está naciendo demasiado inocente, tanto que tomarles el pelo es sencillo. Ojitos abiertos, criaturas, que el lobo, ese amigo de la tontita de caperucita está detrás de la esquina, vigilando.