Me pide Horacio Muros, director de una escuela argentina, magnífico profesional y excelente amigo, que escriba algo sobre la envidia en las organizaciones escolares. Cuando un amigo te pide algo, lo tiene concedido antes de terminar la petición. Los amigos son como la sangre, que acuden a la herida sin necesidad de llamarla. En el correo que me escribe deja constancia de las desastrosas consecuencias que tiene la envidia para quien la vive en sus carnes y para quienes son objetivo y causa de esa pasión envenenada. Dice mi amigo: «Estoy convencido de que si se eliminara de las instituciones esta toxina se recrearía el clima institucional y se viviría siempre en primavera€ Caín mato a Abel por envidia€, y muchas veces en las instituciones hay víctimas a las que los envidiosos verdugos quieren matar€».

Eliminar la envidia supondría erradicar del corazón del envidioso el veneno que le atormenta y de la vida de los envidiados las críticas dañinas y las asechanzas perniciosas que se urden en la sombra y que acaban con la paz de la institución. Por otra parte, los testigos de tanta maldad y de tanta desventura dejarían de contemplar ejemplos nocivos de convivencia e invitaciones a convertirse en verdugos. Eliminar la envidia, estoy de acuerdo con mi amigo, mejoraría el clima institucional.

La envidia es la imagen especular invertida de la misericordia. Si la envidia es la tristeza por el bien ajeno, la misericordia es la tristeza por el mal ajeno. El envidioso sufre con la alegría de los demás. No soporta su éxito. Le tortura su felicidad. El envidioso vive atormentado por el bien del prójimo. Se hace mucho daño a sí mismo y piensa que, si destruye al otro, acabará su mal.

Carlos Castilla del Pino, en su introducción al volumen monográfico sobre la envidia (La envidia. Alianza Editorial), dice que esta es una pasión sobredeterminada. Una pasión que puede ser analizada desde múltiples perspectivas: la del envidioso, la del objeto que se envidia, la de la función psicológica y social de la envidia, la del costo de la envidia en la economía mental del sujeto que la vive y del que la padece€

El órgano de la envidia son los ojos. Porque el envidioso no mira de frente, mira de reojo. Envidia procede del latín invideo, que significa mirar con recelo. A diferencia de la mirada de la interacción humana normal que es frontal (video).

Cuando un profesor tiene éxito con sus alumnos y alumnas, cuando le quieren y lo expresan, cuando lo elogian y lo aplauden, cuando los padres y las madres dicen de él maravillas, cuando le premian por una innovación creativa, cuando el director o el inspector destacan su trabajo, el envidioso sufre y explica sus éxitos de forma tergiversada, despectiva y cruel. Trata de desprestigiarlo ante quien está dispuesto a oírlo.

El envidioso procura hacer odioso ante terceros al envidiado. Le calumnia, le denigra, trata de desprestigiarlo y de destruirlo. Le atribuye intenciones torcidas y explica sus éxitos por motivos espurios. He hablado de los cuchillos que maneja el envidioso para herir y, si puede, matar al envidiado. He descrito 25 cuchillos diferentes. Los he visto todos entrando y saliendo de la carne del envidiado.

Tiene problemas afectivos.

No tiene hijos, por eso dedica tanto tiempo a los alumnos.

Se está separando, no quiere ir a casa.

Es muy raro, fíjate las cosas que hace gratuitamente.

Está tarado, su proceder no es normal.

Es un joven iluso, cree que va a cambiar el mundo.

Es un veterano tan tonto como cuando era joven.

Es un adulador de su jefes

El éxito le viene de la suerte o del engaño.

Lo que propone ya lo intentamos hace un año y no valió para nada.

Quiere que le hagan un monumento.

Quiere hacer méritos.

Pretende que le pongan su nombre a una calle.

Quiere que le den la tiza de oro.

Quiere heredar la escuela.

Con tal de sobresalir es capaz de trabajar más.

Es de Podemos, o del PP, o del PSOE (o de cualquier grupo que tenga en el contexto una connotación negativa).

Es un meapilas.

Ella cree que es feminista, lo que pasa es que tiene mal carácter.

Si no fuera tan guapa no tendría tanto éxito.

Quiere sobresalir para que le den un cargo.

Se cree mejor que los demás.

Se muere por los aplausos.

Todo en él (en ella) es fachada.

El objetivo de la envida no es el bien que posee el envidiado sino el sujeto que los posee. Por eso es a él a quien quiere aniquilar con comentarios mordaces o con acciones destructivas. Si destruye a quien envidia, termina la causa que le hace sufrir.

Los envidiosos y envidiosas son muy desgraciados porque no solo viven sus propios males sino que ven como desgracias suyas los éxitos del prójimo. ¿No tienen bastante con su propio caudal de desgracia? Parece que no. Tienen en su actitud un componente masoquista, que les lleva a sufrir y otro sádico que les lleva a buscar el daño ajeno. Un tormento que no cesa.

El envidioso odia al envidiado por no poder ser como él pero también se odia a sí mismo por ser como es. Y, desde luego, jamás reconocerá que es envidioso. Para Spinoza la envidia está teñida de odio porque la sola presencia o incluso el recuerdo del envidiado trae a la memoria del envidioso cuánto le falta.

Quevedo recuerda que «la envidia está flaca porque muerde y no come». Las imágenes de la envidia se centran en la corrosión: la envida roe al otro y corroe al envidioso Y también en la consumición: le reconcome la envidia, se consume en la envidia, se muere de envidia, le come la envida. Su color representativo es el amarillo: «El envidioso ve con una mirada obscena y oblicua, siente y se resiente, su mente está teñida no con el rojo de la ira, ni el verde de los celos, sino con el amarillo de los venenos: la envidia es amarilla», dice Jorge Vigil Rubio en su libro Diccionario razonado de vicios, pecados y enfermedades morales.

En la dialéctica de la envidia hay una base de admiración. En el fondo, el envidioso admira al envidiado como Caín admiraba a Abel porque los frutos que cosechaba subían al cielo y los suyos no.

Quién no recuerda aquel viejo refrán de la lengua castellana: Si la envida fuera tiña, cuántos tiñosos habría. Hace referencia explícita por una parte a la extensa presencia de esta pasión (cuántos tiñosos habría) y por otra, implícita, a su carácter contagioso, ya que la tiña es una enfermedad de fácil propagación. Los hongos dermatofitos se contagian con rapidez y facilidad por el contacto directo con la piel enferma o a través de mascotas.

Todo se intensifica o se envenena más cuando el envidioso o el envidiado es el líder e la institución. Se complica porque si el líder es envidioso genera un clima tóxico de persecución y descalificación de los envidiados desde el poder y si es el envidiado se produce una estrategia de acoso y derribo.

Ojalá caigamos todos y todas en la cuenta de aquel sabio pensamiento de Séneca: «Nunca será feliz aquel al que atormenta la felicidad del otro». Que hermoso sería vivir como propios los éxitos de los colegas y celebrar su logro en la comunidad de pensamientos, intereses y emociones que es una escuela. Porque todos tenemos derecho a la felicidad. No solo el derecho: el derecho y la obligación.