Cuando se vive en una preciosa y muy recoleta ciudad mediterránea como Málaga, aunque no hayas nacido en ella, tu carácter te descubre. Sí, no es lo mismo levantarse cada mañana y que al mirar por la ventana veas un cielo estrellado, o un cielo totalmente azul claro -como los ojos de mi nieta Paula- según la hora en que tengas costumbre poner un pie en el suelo, que hacerlo como mis paisanos gallegos que jamás salen a la calle sin su paraguas, abierto o cerrado y colgado de la presilla que tienen en el cuello de la gabardina. No, no es igual, pero no debemos tirar cohetes porque si a los de arriba se les ahúma el pescado y nos envían una pequeña borrasca otoñal, nos hacen polvo. Los andaluces siempre dieron ejemplo de gente despierta, acostumbrada a soportar toda clase de plagas y de invasiones, pero, como a nuestras criaturas pocas veces se les niega un capricho que creen que es imprescindible tener, no nos piden un paragüitas, nos piden un fueraborda porque si se les mojan sus lindos piececitos pueden coger lo que no tienen. Palabrita.

Aunque no conozco su nombre, le envió mis respetos -desde esta página semanal- a una dama -ignoro su nombre-que ayer defendió a la difunta senadora valenciana cuando un grupo de personas de ambos sexos la malnombraban.

Lo único que pude entender fue que esa buena ciudadana, votante de izquierdas -según dijo- se sintió mal cuando esos señores ofendían a la difunta. Finalizó diciendo: «A los muertos, sean de un color u otro, respeto. Seguro que si hubiera estado junto a ustedes no se habrían atrevido a decir esa barbaridad de ella. Ustedes mismos se han definido con esas sucias palabras».

Pues eso.