Tras leer la entrevista del académico don José Ignacio Bosque, en relación al sexismo en el lenguaje y, en concreto, haciendo referencia a su defensa del uso del genérico masculino como no discriminante (La Opinión de Málaga, 27/11/2016), me gustaría lanzar algunas reflexiones como hablante que soy.

El académico dice que la RAE es una «institución democrática» porque votaron sobre el asunto y ninguna académica manifestó su desacuerdo al informe contra las guías no sexistas; sin embargo, no dice que la RAE en la actualidad está compuesta por 43 personas («académicos de número»), de las que el 82% son hombres de edad avanzada (35 hombres y 8 mujeres). ¿Qué democracia es esta? Y no será porque no haya escritoras, filólogas y estudiosas en general de gran prestigio en el ámbito hispanohablante, «dignas», como dirían en la Academia.

Otro argumento llamativo es el que se refiere a que «todos los hispanohablantes han empleado desde hace siglos» esos genéricos con un sentido global. No creo que basar la verdad o lo correcto a partir de lo que se haya hecho en el pasado sea lo más inteligente, porque entonces podríamos defender verdaderas injusticias, que no relataré aquí, con este argumento falaz. Si usted dice que la lengua es de las personas, estas harán lo que estimen oportuno según la época; sin embargo, no hay que olvidar cómo las élites, cultas, se distinguieron y distinguen de lo popular manteniendo una jerarquía, con la idea de organizar, controlar, instrumentalizar, apropiándose de lo que no les corresponde: la lengua. Así, surgió la escritura, y los escritores -las mujeres, durante siglos, han sido vetadas por el androcentrismo naturalizado social y culturalmente- han sido cruciales para fijar esos usos, que luego la población inculta tiende a reproducir. ¿Qué ocurriría si la literatura o los medios de comunicación dejaran de reproducir el sexismo lingüístico de épocas claramente androcéntricas?

No creo que se trate de atacar a la RAE; más bien, la Academia parece vivir en el Sitio de Baler de Los últimos de Filipinas, ya que hacen oídos sordos a una vertiginosa fuerza cambiante en todos los órdenes de la vida, incluida la lengua, desde no hace muchos años en España (¿Recuerdan cuándo en la España preconstitucional la mujer, para trabajar, debía pedir un permiso al marido?) ¿Acaso el académico ha olvidado que el origen de la lengua castellana se halla en el latín vulgar, mezclado con otras lenguas populares peninsulares y que, posteriormente, fue dignificada por Alfonso X, el Sabio?

Resulta curioso que el académico recurra a desviar la atención del tema, de forma demagógica. Está claro que hay desigualdad, sexismo y machismo en la sociedad; pero la lengua es el instrumento que ha contribuido a naturalizar, desde que nacemos, esta construcción sociocultural de la hegemonía androcéntrica. Por tanto, los ejemplos que pone el académico no «son absolutamente naturales», tal y como afirma, sino claramente objetivados, naturalizados e incorporados social y culturalmente.

Por último, escandaliza que le parezca que todo este asunto se deba a «razones políticas». Hombre, pues claro, y la defensa que usted hace también es política o ¿acaso su actitud conservadora no lo es? A no ser que usted piense que la lengua es un objeto sagrado, divino e intocable, y que la ciudadanía debe someterse a los dictados de una jerarquía sin rechistar. Le recuerdo dos acepciones de política (DRAE):

«9. f. Actividad del ciudadano cuando interviene en los asuntos públicos con su opinión, con su voto, o de cualquier otro modo».

«11. f. Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado».

Con todo, me parece un tema importante, pues refleja la necesidad de eliminar una discriminación real en muchos ámbitos de la vida, y no estaría mal empezar por la lengua, ya que ello contribuiría a visibilizar a las mujeres desde lo cotidiano. De hecho, he observado el uso de la @ en el ámbito universitario (en foros y en alguna publicación). Así pues, me parece un recurso útil, a pesar de que se diga que no es una grafía sino un símbolo. Lo que es lamentable es el argumento del académico: «La Academia la desaconseja, entre otras razones porque no se puede pronunciar». Y ¿la h, sí?