Por Dios que empacho de noticias judiciales. Te desayunas un cuatro años de cárcel, de aperitivo viene un libre sin fianza y que siga viviendo en Suiza y almuerzas con un macroproceso a no sé quién. De merienda, Chaves y Griñán con lo suyo. Evidentemente cuando llega la noche ya no tiene uno ganas ni del yogur.

«He tenido una noche absolutamente maravillosa», pero no ha sido esta, dijo una vez Groucho Marx. Bien pudo decirlo si viviese hoy en una amanecida después de no digerir bien tanto tribunal, tanta mamandurría, tanto juez y tanto periodista metido a juez. Tantas sentencias y tantos aficionados a comentarlas. En España, de siempre, todo el mundo llevaba dentro un seleccionador nacional de fútbol. Ahora llevamos un juez. Mejor dicho, un fiscal. Piden penas con alegrías. Alegres pedidores de pena. Pena, penita pena. Una pena todo. La Justicia, la primera pena de todo; Justicia que a veces es lenta, otras veces manejable, lamentablemente ingerida (de ingerencias). Si Berlanga resucitara (estaría cojonudo) tal vez rodaría Todos a la calle, en lugar de Todos a la cárcel.

Pero no tome el curioso lector esto último como un hacer lo que denunciamos. No estamos comentando una sentencia ni extrañándonos de que alguien se vaya de rositas. Tal vez sí de que lo que es previsible y todo el mundo (el lotero, el camarero, mi prima, el taxista, el arquitecto o el monje) vaticinaba y pronosticaba haya sucedido con tan pasmosa facilidad. La Justicia. Los políticos nombran a los jueces que los han de juzgar. Justicia en tiempos de las nuevas tecnologías: todos somos virtuales ante la Ley. Es de justicia escribir un artículo denunciando la falta de medios de la Justicia. Sobre la falta de rotuladores e impresoras, de personal, sedes y juzgados y jueces.

El Telediario se nos va entre el entrenamiento de un equipo, dos sucesos y e imágenes de peña siendo juzgada o detenida o a punto de ir al trullo. Imágenes de un policía metiéndole casi una colleja al Rato para introducirlo en el coche. Vemos a los acusados de esto o lo otro y les dispensamos piedad y perdón o asco y conmiseración. A veces una indiferencia aberrante, no descartándose en ocasiones la empatía. La ley es dura pero es la Ley, pero que dura se nos hace a veces una realidad y una política tan judicializada. Democracia judicial, la llaman algunos ensayistas. Sólo falta que los jugadores de fútbol se denuncien por una falta o penalty. Cada vez que dos españoles discuten hay altas proporciones de que un funcionario tenga que empezar a mover papeles para dirimir la cosa. Van a todo trapo hasta los tribunales de las aguas. Lo extraño es que no vuelvan a la tele programas como aquellos del tipo Jurado popular. Tal vez en la próxima pasarela Cibeles veremos las últimas tendencias en togas. Aunque bueno, tampoco conviene que exageremos. No es de justicia.