El otro día llegó una señora a la cafetería en la que yo estaba desayunando mi mitad y mi pitufo con aceite y pidió «un soble». Así: buenos días, por favor, un soble. No parecía tener complicidad ni conocimiento previo siquiera con el camarero, por lo demás un joven de cierto aspecto adormilado. No un carajote, que es otra especie extendida también en la menestralía y que la gente suele confundir con un empanao. No.

Sin embargo, el chaval de detrás de la barra captó de súbito el encargo. Marchando, dijo. ¿Marchando el qué? Estuve a punto de preguntar. Pues un solo doble, un soble, pareció responderme con la mirada el joven adormilado, que no carajote. Acabáramos... estaba delante de un neologismo. Un soble, el acrónimo, o similar, de solo doble. Un nuevo nombre de café que añadir al sombra, el manchao, mitad, largo, etc. Y ahí, donde otros ven un hallazgo lingüístico o incluso un café, yo lo que veía era un artículo.

No es fácil encontrar un artículo que llevarse a casa. Mucho menos al ordenador. No. A veces sales a la calle y lo ves rápido. O lo oyes. Pero otras veces el artículo del día no está por ningún sitio. Remolonea. Se esconde. Te subes al autobús y ahí no está. Vas a un tugurio por ver si hallas uno canallón, o incluso ya medio hecho, y tampoco. Intentas cazarlo bajo la almohada, de noche, o viendo la televisión y no hay manera. Nada.

Sin embargo, a veces es entrar en la cafetería y encontrártelo allí, entre un camarero y una clienta, a media mañana, a propósito de un café. Así es la vida. Así son los artículos, cabría decir. Te pueden esperar donde menos te lo esperas, valga la redundancia, que también es palabra digna de meter en un artículo o columna, igual que soble, que es puro latido de la calle y la gente, el españolito medio, muestra de ingenio e inventiva y de economía de palabras. Un término que te sirve para construir un artículo desde el que reflexionar sobre la evolución del idioma, la gracia de la ciudad o los fenómenos cotidianos. Ahora solo me falta usarlo yo también, aunque eso significaría traicionar al mitad, que no da tanto subidón como un solo doble, pero que va mejor para mojar la tostada o incluso los churros, propios de esos festivos en los que las obligaciones se suspenden, el cielo sonríe, los congéneres parecen más afectos al jabón y la ropa limpia, las señoras fabrican palabros y los artículos no se esconden.