Europa es una metáfora con crisis de identidad y un siete inglés en su espalda. Ha perdido el sentido romano del tratado de su pasado; su presente es un montón de sueños desempleados, con el miedo a convertirse en víctima improvisada de diferentes tipos de atropello; y su futuro es la incógnita de una ecuación a su suerte abandonada. Incluso puede que en pocos años tenga la obligación de pasar un control de alcohol y sexo, como quiere exigir el político neerlandés Jeroen Disjsselbloem. Europa cumple 60 años pero no está para celebrarlo. Aún así casi todos nos sentimos obligados a hacerle un regalo de compromiso, de estímulo o consolación. El artista malagueño Joaquín Ivars le desenvuelve el celofán de tres pistas de circo, que es como él la imagina. Es su detalle plástico para una Unión Europea, cuya fragilidad de espejo está a punto de hacerse añicos por la fuerza de gravedad y la pesadez de sus 27 cuerpos.

Si usted visita la interesante exposición Espectáculos de la frustración, abierta hasta el día 31 de este mes en la sala del Campus Tecnológico de la UNIA de Málaga o la página web de su autor, verá que el columpio de Europa -una de las tres instalaciones que le harán pensar- no se balacea al ritmo de un himno. Tampoco el redoble de tambor de fondo y junto a la jaula de acrobacias suspendidas en un impasse de tiempo en tensión -volver a sus vaivenes o a las colisiones- alrededor de un lecho de expectativas hechas trizas en las que se reflejan los países, o mejor dicho los reversos de Francia, de Alemania, de Luxemburgo, de España, de Gran Bretaña quebrada en esquirlas donde se fragmenta el rostro colectivo de la promesa del nosotros europeísta. Un columpio bajo el que no está el joven amante deleitado ante la visión privada de la entrepierna de la esposa a la que corteja -como sucede en la célebre pintura rococó de Jean Honoré Fragonet- sino el campo de espinas acristaladas por el que deben arrastrarse, a riesgo de cortarse la soberanía, los países en busca de prosperidad o de refugio al amparo de los valores de libertad, igualdad y tolerancia. Ese nosotros del yo en el mundo, acerca del que reflexiona con talento lúcido e ironía filosófica, ideológica y vital, este audaz artista malagueño con obras en Japón, Austria, Dinamarca y Salzburgo entre otros ámbitos culturales en los que política, ontología y arte son motivos de un auténtico debate entre la identidad y los mecanismos de poder.

Contemplando en círculo esta instalación de Ivars es fácil pensar que desde hace tiempo los asientos del columpio azul, creado en 1957, no representan actualmente un proyecto ilusionante, además de carecer de un liderazgo que lo empuje con firmeza y confianza hacia delante, y por encima de los trozos quebrados del modelo del Estado del Bienestar. Una acristalada vida partida en añicos, metáfora también del terrorismo interior que nos ha hecho cisco la paz, la seguridad, la tolerancia y la dignidad. No es extraña por tanto la depresión de Europa. Sus dificultades para afrontar los desafíos de hacerse más fuerte y mantener un equilibrio común frente a la crisis económica, el desempleo, la frágil estabilidad del euro, el imparable flujo de refugiados y la tensión entre norte y sur, azuzada por el euro comisario Jeroen Dijsselbloem al acusar a la gente del mediterráneo de gastarse el dinero en mujeres y copas, y pedir después rescates económicos. Llevaría algo de razón si hubiese señalado a unos cuántos gobernantes corruptos, sin olvidarse de algunos nombres ilustres del FMI, pero resulta inaceptable que se refiera a la castigada ciudadanía de a pie, y encima se enroque chulescamente en no desdecirse. Con timoneles de este pelaje, Europa naufraga como el Titanic, sin que nadie silbe en cubierta la canción del pirata.

Tampoco favorece a la cohesión del columpio, frente al estancamiento en el que se encuentra, la propuesta de Francia y de Alemania de apostar por una Europa de dos velocidades (no sé porqué me suena mucho a la cantinela de los nacionalismos) y su independencia ante las instituciones comunes y neutrales, cuando posiblemente lo mejor sería que se acordasen ritmos diferentes en función de los retos, de las exigencias y coyunturas puntuales. Y es que cada uno no sube de la misma manera la escalera de Jacob en busca de sus sueños. Ni tampoco la escalera secreta de contemplación de San Juan de la Cruz, como explica Natalia Bravo, comisaria de esta exposición sobre el peligro de autodestrucción de Europa. Un ejemplo de hacia dónde miran unos y otros acróbatas del europeísmo es la pieza Lader of Mirror, una escala de 10 peldaños de espejo perpendicular a la cúspide de la fantasía y que exige al acróbata, igual que al país y a su gobierno aspirante, elegir entre la marcha ascendente de la verticalidad -de fondo redobla un tambor en la sala- y la caída de culo o de cabeza sobre un lecho de doce estrellas convertidas en fosfatina. Proeza técnica, la voluntad del yo, de su poder y de su ambición son las cualidades que distinguen al escalador del suicida. Aunque en el camino hacia esa culminación de la cumbre europea hay que preguntarse qué pesa más ¿el alma del país y la de sus ciudadanos o el volumen del PIB? La respuesta es compleja y tiene sombras, sobre todo en esta época en la que se vende todo, especialmente la integridad y el alma. De ese modo, en lugar de avalar la división en dos Europas que propone Merkel sería más razonable y conveniente establecer un Pacto de Estabilidad y Crecimiento que promueva la convergencia, el crecimiento económico sostenible, un sistema impositivo justo, un mejor equilibrio entre las libertades que crea y su protección, y una Europa más social que revitalice los derechos perdidos. Y convencer a la ciudadanía de que lo que nos une como europeos tiene más fuerza que aquello que nos separa.

Qué difícil entender la encrucijada de Europa, cautivo su espíritu sexagenario entre los nacionalismos de extrema derecha, el fracaso de la socialdemocracia y su desunión, el populismo de izquierdas, el profundo escepticismo y la bocamanga medio secreta de Putin aupando a Trump y a Marine Le Pen, como si tratase de armar alfiles convenientes a sus intereses en un futuro tablero de conflicto geopolítico. Una bomba de relojería parece la tarta. No sé quién se atreverá a soplar las velas, pero es hora de pensar seriamente en la vía de un federalismo. Quizás el mejor método para actuar juntos contra las políticas obsesivas de ajustes fiscales, la hiperglobalización de vertiginosos cambios como la robotización, las exigencias del mercado laboral con sus problemas de precariedad y explotación, las amenazas al Estado de Derecho y al mantenimiento del acceso universal a la sanidad, el peligro de pérdida de nuestra identidad y su disolución entre el narcisismo y un planeta "estelar".

A este tránsito vital del yo y del nosotros hacia el yo del mundo que nos uniforma y automatiza también nos enfrenta Joaquin Ivars en su fascinante pieza Show-Pendulum: una bola de discoteca con ecos de Foucault que cuelga inmóvil como mapamundi rodeado de espejos que lo orbitan conteniendo en su superficie diferentes oficios del circo y diferentes especialidades de lo humano. Activistas, equilibristas, tragafuegos, posibilistas. En el fondo Ivars nos alerta de que interesa más el haz tu futuro con otros que el hazlo por ti mismo.

Katherine Watson, directora de la Fundación Cultural Europea, dijo hace unas semanas que Europa necesitaba alma, y que la cultura podía devolvérsela. Estoy de acuerdo. Desde su discurso y su poder pongamos en marcha de nuevo el swing del columpio de Ivars, y rescatemos el alma social y cívica de la UE. Un buen regalo para su próximo cumpleaños.