Mientras una isla emerge recónditamente en EEUU -frente a la costa de Carolina del Norte-, Málaga comienza un mes de julio segmentada en sectores con unas características muy distintas en relación a lo que la rodea. Aparecen islotes venturosos dibujando una fisonomía esbozada de euforia ante los datos ofrecidos por los observatorios más variopintos, los cuales elaboran documentación gradual recogiendo la evolución de las principales variables económicas: mercado de trabajo, movimiento turístico, indicadores de actividad, etcétera. Se trata de un análisis de la coyuntura actual y venidera para facilitar la toma de decisiones por parte de nuestros comisionados.

En este archipiélago alborozado del comienzo estival, se personalizan números conteniendo una alegría fácil de atravesar. Leemos: el arranque del verano deja una nueva bajada del paro en la provincia, con un descenso interanual del 11,91%. Seguimos descifrando, «la capital espera generar un millón de pernoctaciones entre junio y septiembre, con la llegada de 475.000 turistas y una ocupación media del 85%, con un crecimiento cercano al 6% durante el primer semestre del año». Asimismo, descodificamos que la venta de vehículos, uno de los orientadores básicos de desarrollo del consumo, se ha incrementado un 6,9% con respecto al mismo ciclo de 2016...

Las cifras son alentadoras, no cabe duda. Lo cierto es que Málaga y su provincia están de moda, lo cual no significa que este despegue y transformación estén sujetos a trabajar en paliar carencias muy significativas presentes en la mente de todos. Parafraseando al preclaro Jean Cocteau, mi pesimismo no es más que una diversidad del optimismo. Por ello, los espejos, antes de mostrarnos las imágenes desdobladas, deberían ser un poco más reflexivos. Es complicado hacer agraciada la felicidad.