LA NEVERA DE PLAYA

Decidí bajar a la playa. Pero esta vez, iría lo más liviano posible. Sólo llevaría conmigo la nevera de playa. En ella, la correspondiente bebida, y un libro de poemas. Si, el libro, en la nevera. Me dio por ahí. A las horas de estar en la playa, agarro el libro. Estaba rígido, tanto que al abrir sus páginas, estas crujieron y se desprendieron todos los versos.

El levante, que ese día se impuso ser protagonista, jugó con ellos unos minutos, para después lanzarlos a discreción. Perdí todos los versos.

Si se topan con alguno de ellos, preséntenle mis disculpas. Lo sé, congelar un libro no tiene perdón. Yo por lo menos, no perdono, ni tolero, ninguna excusa para congelar Cultura.

Sólo un necio, puede justificar eso. Y está sucediendo. Sucede.

Francisco García CastroEstepona