Leo que las autoridades argentinas han abatido a tiros a una paloma que los narcotraficantes usaban de correo para introducir droga en una cárcel de La Pampa, y para mi sorpresa no encuentro manifestación de animalista alguno al respecto, porque ya saben ustedes lo que mola reivindicar el bienestar de los pollos congelados, tan peladitos y desnudos, de las acelgas, tan insípidas y hacinadas, o de los boquerones en vinagre, tan de par en par y excesivamente aliñados. A lo mejor es porque todo sabemos que las palomas son ratas con alas, unos bichos voladores de dudoso gusto y acidez probada que atacan por igual al patrimonio histórico y las lunas de los coches, y eso, por muy animalista que se sea, molesta un montón. Este pajaricidio, que bien pudiera pasar por anecdótico, no lo es tanto de haber ocurrido más acá del muro, pues el orondo Samwell Tarli jamás habría contado al apuesto Jon Nieve eso del vidriagón, cuervo mensajero mediante.

Aún así echo de menos al típico grupo de desarrapados haciendo la performance habitual, como colocar en la plaza del pueblo una enorme paloma de papel maché y darle vueltas ataviados con sábanas negras y manchados de sangre falsa, todo ello tras una pancarta ilustrada con una elocuente frase consensuada a tal efecto, algo tipo «Todos somos palomas» o «El tofu a la plancha, y la paloma a sus anchas».

Y es que somos muy de comprometernos de boquilla, de arrimar el hombro pero sin apretar riñones, todo muy de postureo para un rato, e incluso sobrepasando lo racional, como el último reto viral que cada vez gana más adeptos. Me refiero a la parida de escaldarse el cuerpo echándote por lo alto un cubo de agua hirviendo. Lejos quedó la filantropía del cubo helado promovida a favor de la lucha contra el ELA, ahora los necios se empeñan en forzar la selección natural y, sorprendentemente, cunde el ejemplo con resultado de muerte. Ya han sido contabilizados y documentados tres fallecimientos. Tres personas que entregaron su vida por un disparate, tres futuros apagados en aras de lo insensato.

Resulta que, mientras esas personas malgastan su existencia en regalar sus esfuerzos y protestar por causas absurdas, a 9.700 km hay un gordo tarado empeñado en hacer ensayos nucleares con bombas de hidrogeno para matar a la paloma de la paz, la única paloma por la que merece la pena aunar ideales y dar la vida, pero claro, para eso hacen falta sacrificio y valentía, así que muchos dirán que mejor darle vueltas a un muñeco de cartón y abrir otro tetrabrick de vino, no sea que un día nos toque comprometernos de verdad y hacer cualquier cosa para proteger a los que más queremos. Ayer mismo dijo Vladimir Putin que los norcoreanos se ríen de las sanciones y los bloqueos económicos porque son un pueblo que prefiere comer hierba antes que sentirse inseguro, así que seguirán con su carrera armamentística pese a quien le pese, es decir, no van a parar por mucho que el occidente les dibuje una diana en la frente, y aquí entra en valor la teoría empírica de que el capitalismo se autorregula con conflictos bélicos. Esto lleva ocurriendo desde 1929, cada vez que el sistema capitalista alcanza su punto álgido de descompensación se entabla una guerra, reiniciando con ello la máquina y poniendo el marcador a cero.

Esperemos que reine la cordura y como dice la vieja ranchera mejicana inspirada en un desamor por negativa de la cortejada, hubo cazador pero no paloma. Y a ver si, mientras tanto, hay suerte y a Kim Jong-un y a la inmortal presentadora de sus noticias les da por echarse encima un caldero de agua hirviendo, aunque mucho me temo que no caerá esa breva.

«No basta con hablar de paz. Hay que creer en ella y hacer todo lo necesario para conseguirla», Eleanor Roosevelt (1884-1962).