De pequeño era un niño nervioso, como ahora. No paraba quieto y tenía que tocarlo todo, como ahora. De pequeño era un terremoto, curioso y manazas, como ahora. Tuve la suerte de ir a clase en un colegio en el que luego estuve hasta los 18 años. Casi media vida. En aquella clase de preescolar ya me juntaba con muchos de los amigos que me siguen acompañando en el camino de la vida.

A mi profesora de preescolar la he visto muy pocas veces después de salir del colegio. Ya sabes, de pequeño no eres tan dado a pensar en el profesor y al final acaba siendo un bonito recuerdo.

Pero estos días que me ha dado por pensar en ellos, se me vino a la cabeza aquella profe que me recogió directamente salido de casa de mis padres.

Mi primera experiencia de socialización mantiene recuerdos imborrables. Aquella profesora que cantaba Francisco Alegre para captar mi atención, o que inoculó en mí el virus de la lectura sigue estando presente en mi vida.

Gracias, Nunchi, porque pensar en aquellos años me hace ser un poco más feliz. Allí, en torno al patio de la sófora llorona, mirando a través de la reja, en lontananza, aquel lejano patio de los mayores, pasé los cursos en los que conocí a Chema, Álvaro, Guillermo y todos aquellos que fueron mis amigos en los quince años que viví dentro de aquel colegio tan pequeño que ha olvidado su memoria.

Ya sólo me queda una columna sobre mi etapa escolar. Será también de agradecimiento. No me sale enturbiar algo tan bonito por el comportamiento de unos pocos. Gracias, Nunchi, seguro que en la educación que recibí de ti está saber agradecer y quedarme con las cosas buenas.